- La obesidad infantil y adolescente es un problema que se ha disparado con la pandemia en todo el mundo y que depende, además de la dieta, del exceso de sedentarismo
- En las áreas urbanas donde los niños y niñas pueden caminar de manera segura es más probable que realicen actividad física y tienen menos probabilidades de padecer sobrepeso
Cada vez tenemos más información sobre qué son una dieta y modo de vida saludables; sin embargo, el grave problema de la obesidad es más común que nunca en el mundo, y también el de la obesidad infantil. En el mundo, este problema consistente en la acumulación excesiva de grasa que afecta a la salud de los niños y niñas hasta que se convierten en adultos, está aumentando a un ritmo alarmante. La Organización Mundial de la Salud advertía de que en 2016 había 41 millones de niños y niñas menores de cinco años con sobrepeso u obesidad, y que desde 1975 la obesidad se ha casi triplicado en todo el mundo. Y si ya este dato era preocupante, la pandemia ha empeorado este panorama.
Tanto la crisis sanitaria como las restricciones de movilidad para paliarla o el cierre de escuelas han afectado algunos hábitos de las vidas de los más pequeños, así como su salud mental y física. Además del cambio de su alimentación, uno de los inevitables efectos de estas restricciones ha sido la inactividad física, unida a un intenso aumento del ocio sedentario y el uso excesivo de pantallas entre la infancia y adolescencia.
El resultado es, a nivel global, de un aumento de la obesidad infantil. Un ejemplo preocupante es Puerto Rico, donde se calcula que este problema se agravó en niños entre los 5 y los 11 años debido a la crisis sanitaria hasta alcanzar un 50% en esa franja de población.
En España, el último Estudio ALADINO de 2019 mostró que cuatro de cada diez escolares tenían exceso de peso y un 4,2% de los escolares presentan obesidad severa. Ahora empiezan a hacerse los primeros informes post-pandemia y el resultado no es muy halagüeño: acabamos de conocer que más del 40% de los niños madrileños de 8 a 12 años tienen obesidad o sobrepeso.
La obesidad, un grave problema que cada vez afecta a más niños y niñas
La principal causa de la obesidad es un desequilibrio entre el consumo y el gasto de energía, pero también influyen factores sociales o educativos, como la exposición a anuncios de alimentos no saludables. Si bien el Ministerio de Consumo ha anunciado medidas para la prohibición de publicidad de dulces o bebidas calóricas dirigida a menores de 16 años, es necesario tener en cuenta otros factores además de la dieta, como la necesidad de actividad física de los niños y niñas. Y para que esta se dé hacen falta entornos que se lo permitan.
Una niñez sedentaria
¿Qué factores contribuyen a agravar el problema de la obesidad en la infancia? Entre ellos se encuentra, como es de esperar, una alimentación hipercalórica con alto contenido en grasas, azúcar o sal. También influye la renta familiar: las familias con ingresos inferiores a 18.000 euros y cuyos progenitores no tienen estudios superiores ni trabajo remunerado tienen peores hábitos alimentarios, según el estudio ALADINO.
Pero, como es lógico, otro factor importante es el sedentarismo. Si bien hace años era habitual la imagen de niños y niñas jugando en las calles y parques, ahora eso cada vez es más inusual. Han sustituido los columpios, juguetes, balones y pinturas por pantallas, y la mayor parte de su ocio lo practican sentados. La Organización Mundial de la Salud recomienda a los niños, niñas y jóvenes de 5 a 17 años que inviertan como mínimo 60 minutos diarios en actividades físicas, pero el 70% de las chicas y el 56% de los chicos incumplen estas recomendaciones tan básicas, según datos anteriores a la crisis sanitaria.
Esta inactividad puede suponer un factor de riesgo de enfermedades crónicas y contribuir al incremento de problemas tan graves como la obesidad infantil.
Cuando el entorno restringe la actividad física
¿Pueden las ciudades contribuir a la obesidad en la infancia?
La respuesta es que, efectivamente, el entorno en el que vivimos afecta a nuestra salud, y recientemente ha surgido el concepto de un entorno obesogénico, es decir, un entorno que aumenta nuestro riesgo de tener sobrepeso. Muchos estudios identifican factores del entorno urbano que influyen en nuestra salud en general y el riesgo de obesidad en particular.
De acuerdo con ONU-Hábitat, tanto las ciudades como las áreas suburbanas pueden tener “puntos débiles”: poca accesibilidad a servicios o restricción de la actividad física. Un ejemplo son las áreas en las que sus habitantes dependen del uso de vehículos particulares para acceder a cualquier servicio. De acuerdo con el artículo, un entorno afecta la salud cuando restringe la cantidad de actividad física que las personas realizan de manera rutinaria a diario. Es decir, que al limitar o desincentivar la actividad física en estas zonas suburbanas, se podría tener un efecto perjudicial sobre la salud física.
Las ciudades con contaminación y con exceso de tráfico también contribuyen a minar la salud de la infancia y adolescencia. Los niños y niñas que viven en ciudades contaminadas, con alta densidad de población o con infraestructuras poco accesibles tienen más probabilidades de volverse obesos. Y según Mireia Gascón, investigadora de ISGlobal, el exceso de tráfico en núcleos urbanos tiene otra desventaja sobre la infancia además de una mayor contaminación e inseguridad vial: supone una mayor dificultad para jugar para los niños y niñas, que se traduce finalmente en más riesgo de obesidad.
Ciudades caminables, seguras y jugables
Sin embargo, las ciudades pueden ser aliadas contra el problema de la obesidad infantil. En las áreas urbanas donde las personas pueden caminar de manera segura y tienen un mejor acceso a las tiendas, los servicios y el transporte público, es más probable que realicen actividad física y, por lo tanto, menos probabilidades de aumentar de peso.
Un ejemplo sería aquellas zonas urbanas que permiten o facilitan que los niños y niñas vayan andando al colegio. Como es lógico, los niños y niñas que van al colegio andando o en bicicleta incrementan el nivel de actividad física y cardiovascular, disminuyen el sedentarismo y contribuyen por tanto a prevenir y disminuir la obesidad infanto-juvenil, así como otros problemas y enfermedades asociados a la falta de actividad física.
Jennifer Roe, en su libro “Ciudades restauradoras: Diseño urbano para la salud mental” habla de cómo las ciudades que promueven la actividad física y las ciudades jugables benefician a la infancia, su salud mental y su desarrollo. Roe pone el ejemplo de las ‘supermanzanas’ de Barcelona (con conectividad de calles, transporte público integrado y zonas verdes urbanas) como un ejemplo de diseño urbano que integra la actividad física y la movilidad en la vida cotidiana.
¿Qué es necesario para que los más pequeños puedan ir al colegio sin necesidad de transporte privado? Como es lógico, la forma del municipio o ciudad afecta a la posibilidad del alumno de ir caminando o en bicicleta a su centro educativo. Entre los factores que lo hacen posible está la distancia a las escuelas (que el niño o niña no viva demasiado lejos de la escuela hará que pueda ir andando hasta ella) o la densidad de población y edificación.
También es necesario que el entorno sea seguro para que un niño o niña pueda desplazarse de forma activa. Los lugares con tráfico limitado o pacificado, espacios verdes, espacios de proximidad y un diseño urbano amigable con la infancia tienen un efecto positivo en ella: permiten que los niños y niñas puedan moverse, jugar, explorar y fomentan su actividad física y su desarrollo. Son, en definitiva, los escenarios donde pueden crecer los niños y niñas saludables, que serán adultos sanos en un futuro.