- A casi dos años de la crisis marcada por las restricciones y el aislamiento social, ¿qué impacto ha tenido esta en derecho al juego de los niños y niñas?
La pandemia del COVID-19 ha hecho que todos y todas hayamos experimentado un cambio drástico en nuestras vidas a partir de marzo de 2020. Para la infancia, entre otras cosas, han afectado al ejercicio de uno de sus derechos más importantes: el derecho al juego.
Jugar es la mejor forma de aprender. Las evidencias científicas demuestran que mientras un niño o niña juega va descubriendo cómo resolver problemas, aprendiendo a pensar estratégicamente y a relacionarse con los demás. En definitiva, mediante el juego aprendemos muchas habilidades y aptitudes que durarán toda la vida. Por tanto, en aras de garantizar el desarrollo pleno de todos los niños, niñas y adolescentes, tenemos que garantizar que puedan jugar.
Sin embargo, la nueva normalidad ha incluído periodos de aislamiento social, reducción del tiempo al libre y cierre de escuelas y patios infantiles. A largo plazo, esta emergencia sanitaria ha naturalizado el distanciamiento social y ha puesto en entredicho dónde, cuándo, cómo y con quién pueden jugar los niños y niñas. Por tanto, a casi dos años desde el inicio de la crisis sanitaria cabe preguntarse qué impacto ha tenido esta en el juego infantil.
Juegos que reflejan la pandemia
El juego infantil existe en cualquier emergencia o conflicto y a pesar de las adversidades. Y, en ocasiones, se adapta a ellos. Los juegos de la infancia a menudo han tratado temas relacionados con el peligro, la enfermedad y los acontecimientos mundiales, y la pandemia del COVID-19 no ha sido una excepción.
En Reino Unido, a fines de febrero y principios de marzo de 2020, los adultos comenzaron a notar ejemplos de cómo los niños y niñas adaptaban sus juegos al virus de forma espontánea. Algunos juegos consistían en “infectar” a otros jugadores a través del tacto. Otros incluían rituales para la inmunidad, como cubrirse la boca o recitar frases como “inyección, inyección, sin infección”. Y a veces los jugadores atrapados eran sometidos a “aislamiento”.
En Irlanda, una encuesta a padres y madres hecha durante la cuarentena encontró ejemplos de niños y niñas que lavaban cuidadosamente las manos de las muñecas, ponían en cuarentena a sus peluches o construían hospitales con piezas de Lego.
“Durante el primer confinamiento de 2020, me di cuenta de que mis hijos traían a sus juegos temas relacionados con la pandemia”, explica Helen Dodd, investigadora de la Universidad de Exeter. Fascinada por los nuevos juegos que estaban creando y cómo se relacionaban con las experiencias psicológicas de los niños durante la crisis sanitaria, Dodd sintió que era importante conservarlos para las generaciones futuras. Por eso ha colaborado en la creación de un archivo de juegos de pandemia, en el que examina algunas de las muchas formas en que los niños han adaptado sus juegos al COVID-19 y considera los posibles significados de este proceso.
Observando el juego en pandemia
También con la idea de documentar las muchas formas en que los niños y niñas juegan desde el inicio de la pandemia nació el Observatorio del Juego (Play Observatory), cuyo fin es ahondar en la experiencia de la infancia en pandemia a través de sus actividades lúdicas. “Estamos interesados en los nuevos juegos que han surgido y cómo han cambiado o se han adaptado”, explican los creadores de la iniciativa en su página web. El proyecto “brindará información sobre las experiencias de los niños en este momento único de la historia e informando la comprensión de las generaciones futuras sobre la vida de los jóvenes”.
Es cierto también que debido a la pandemia y las restricciones de movimiento y distanciamiento social algunos niños y niñas han visto mermada la práctica de muchos juegos. Han evitado aquellos de persecución por contacto, por ser más peligrosos, y ha habido informes de escuelas y padres que han prohibido este tipo de juegos.
En el artículo científico Juego, hogar y la pandemia: niños, familias y sus vecindarios en el primer confinamiento en el Reino Unido, Alison Stenning, de la Universidad de Newcastle, analiza cómo el primer confinamiento en el Reino Unido supuso una sensación de restricción para los niños y sus familias, pero también creó las condiciones para el surgimiento de un tipo muy particular de movimiento lúdico de carácter local.
“Exploramos cómo los niños y sus familias se sintieron limitados y habilitados dentro de los espacios en sus puertas, desarrollando rutinas y rutas para jugar en torno a las aceras, caminos, arcenes, callejones y pequeños espacios verdes, azules y marrones más cercanos”, explica la autora del artículo. El juego sirvió de cohesión social: “A medida que habitaban y mapeaban sus vecindarios a través del juego se conectaban entre sí, con sus vecinos y con los actores y objetos que se encontraban”.
Stenning añade que estas experiencias lúdicas pueden ser muy significativas para el sentido de pertenencia, el apego y la alfabetización espacial de los niños y niñas después de la crisis sanitaria.
El juego: un derecho en cualquier circunstancia
“Con pandemia o sin ella, el juego es una parte central de la vida de los niños y niñas: una forma de relajarse, formar vínculos, combatir el aburrimiento, explorar sentimientos y expresar pensamientos”, explica Kate Kowan, investigadora y parte del Observatorio del Juego. Para Bishop, los juegos inventados durante la pandemia y adaptados a ella “tienen el potencial de ser terapéuticos, por ejemplo, desactivando la ansiedad en torno a la pandemia a través de la recontextualización lúdica, la representación y la competencia lingüística”.
El juego mejora el aprendizaje y el desarrollo social y físico de los más pequeños. Permite desarrollar la imaginación, la curiosidad, la sociabilidad y muchas otras aptitudes. Durante los primeros años, el juego es una de las formas más importantes en que los niños pequeños adquieren conocimientos y habilidades esenciales: les permite a divertirse, ejercitarse, interactuar y entender el mundo que les rodea. Especialmente importantes son el juego al aire libre y el juego en la naturaleza, y más en una época en la que el uso de pantallas aumenta entre los más jóvenes.
De hecho, el juego intantil no es solo un pasatiempo sino un derecho básico de la infancia, reconocido como tal por la la Convención sobre los Derechos del Niño. En su artículo 31 se especifica que los Estados Parte deben reconocer “el derecho del niño y la niña al descanso y al esparcimiento, al juego y a las actividades recreativas propias de su edad y a participar libremente en la vida cultural y en las artes”.
¿Cómo garantizar el juego seguro en tiempos de pandemia? Es importante que todas las administraciones velen para que se cumplan las condiciones sanitarias y, además, para que se garanticen los derechos de la infancia. Para ello es imprescindible crear entornos protectores donde los niños, niñas y adolescentes puedan ejercer sus derechos de forma segura. En nuestro cuaderno para la acción local ofrecimos a los gobiernos locales pautas a los municipios para crear entornos protectores para la infancia, tanto en la cuarentena como en el momento de la desescalada, que aseguren el cuidado, el desarrollo, la participación y el derecho al juego de los niños, niñas y adolescentes.
Por otro lado, hay muchos proyectos inspiradores con carácter local y cuyo fin es garantizar que la infancia pueda seguir jugando a pesar de las restricciones. La iniciativa Street Tape Games, en la ciudad de Melbourne, es un ejemplo. Se trata de unas instalaciones diseñadas para garantizar el distanciamiento social mediante líneas de colores pintadas en el suelo.
“Estas marcas coloridas crean un espacio de juego que el público puede usar para practicar una serie de juegos en la calle y en el patio de recreo y que han sido rediseñados para garantizar el distanciamiento social”, explican sus autores. “A través de sesiones de juego facilitadas, invitamos a niños, familias y adultos a jugar a cada uno de los juegos con nosotros y los alentamos a conectarse nuevamente con su comunidad después del cierre”.
También ha habido ejemplos de recuperación del espacio público para garantizar un ocio más seguro para la infancia, como la adaptación de espacios al aire libre para los vecinos y cuyo fin es restituir el tejido social y la vida comunitaria tras la emergencia sanitaria.
La pandemia ha dejado algunas lecciones valiosas: la importancia de la vida local y el espacio público, la necesidad de espacios de proximidad y también lo apto de los espacios abiertos, donde el riesgo de transmisión del virus es menor. Son oportunidades para recordar que los derechos de la infancia deben prevalecer en cualquier circunstancia, y el juego es uno de ellos.