Qué es el ‘déficit de naturaleza’ y cómo afecta a los niños y niñas

05/03/2020 | Ciudades y niños, Derecho al juego, Educación, Igualdad de género

Niños jugando en un bosque / Annie Spratt para Unsplash

Niños jugando en un bosque / Annie Spratt para Unsplash

 

  • En España, el 82% de los niños y niñas de 0 a 12 años juega al aire libre menos del tiempo recomendado
  • La falta de contacto con la naturaleza limita las oportunidades de movimiento y desarrollo
  • “Algunas comunidades educativas están levantando el cemento y haciendo cosas increíbles”

 

En Reino Unido, los reclusos pasan más tiempo al aire libre que el 75% de los niños y niñas. En España, el 82% de los que tienen de 0 a 12 años juega al aire libre menos del tiempo recomendado por los expertos, según advierte el Instituto Tecnológico de Producto Infantil y de Ocio (AIJU, por sus siglas en inglés) en su guía sobre el tiempo de juego en la infancia. En las ciudades, la infancia ha cambiado los patios de juego y los espacios naturales por cuartos cerrados, luz artificial y la pantalla de un móvil o tablet. Y los centros escolares no están adaptados para suplir esta carencia. ¿Cómo afecta al desarrollo de los niños y niñas, y qué puede hacerse? 

La psicóloga y pedagoga Heike Freire cree que el entorno en el que crece hoy un niño o niña no se parece al de hace 40 o 50 años. Nos hemos vuelto urbanitas, cada vez más tecnológicos, asevera en una entrevista ofrecida en el marco del proyecto Aprendemos Juntos de BBVA. El “déficit de naturaleza”, concepto que introdujo el escritor Richard Louv, sumado al estrés con el que viven muchos niños y al uso excesivo de las pantallas, tienen efectos nocivos en la infancia. Por ejemplo, pasar demasiadas horas en un cuarto con luz artificial deriva en problemas de visión o un menor desarrollo del sistema inmunológico. “Hay niños y niñas que viven en barrios donde no hay un solo árbol, no hay jardines”, señala la psicóloga. 

Freire es una exponente de la pedagogía verde, una rama que se centra en la interacción de los niños y niñas con su entorno, y que parte de premisas como que el contacto con la naturaleza permite el desarrollo óptimo del niño o la niña, o que supone una gran ayuda para abordar problemas comunes. 

 

Qué enseña la naturaleza a la infancia

 

En algunos países escandinavos favorecen que lo niños y niñas vaya andando o en bici al cole porque ese tiempo al aire libre favorece su atención en el aula. Esa mejora de los problemas de atención es uno de los efectos positivos de la naturaleza para la infancia, pero no es el único. Fuera de las aulas hay innumerables oportunidades de desarrollo y aprendizaje, como señala Freire. “Solemos poner por delante lo cognitivo y nos olvidamos de lo sensorial y emocional”, explica. Cultivar un huerto o regar las plantas, por ejemplo, inculca en los niños la paciencia, la importancia del cuidado o la responsabilidad. La naturaleza enseña muchos valores, y da la oportunidad a los educadores para introducir temas esenciales a los niños.

 

Niño jugando en un espacio natural / Jordan Whitt para Unsplash

Niño jugando en un espacio natural / Jordan Whitt para Unsplash

 

El movimiento es otro aspecto crucial que dentro de un aula no puede practicarse. Freire apunta que a través del movimiento se desarrollan los sentidos, la inteligencia espacial, el vigor físico y otros aspectos. Sin embargo, los niños y niñas no tienen oportunidades suficientes de moverse. “Cuando hablamos de movimiento hablamos necesariamente de espacio al aire libre, porque en un lugar cerrado el movimiento es más limitado”, apunta. También existen científicos que aseguran que si tenemos el cerebro tan desarrollado es gracias al juego, ese instinto que nos lleva a experimentar y aprender. “El juego es el que crea la cultura, nos permite aprender mediante el ensayo y error, el que nos ha hecho evolucionar”, dice Freire. 

Muchos niños y niñas llevan modos de vida estresantes, y la naturaleza es una forma de aliviar esa situación tan nociva para ellos. “Cuando están en espacio natural se encuentran más relajados, son más colaborativos, tienen menos conflictos”, explica Freire. “El contacto con la naturaleza nos calma”. Y también mejora la regulación emocional. “Un niño o niña que está furioso en clase le va costar más expresar esa ira que si está fuera”, explica Freire. “El movimiento y el aire libre ayuda a conectar con tus emociones más claramente, a sentir qué es lo que te está pasando y expresarlo”.

Finalmente, la naturaleza permite a los niños un mejor desarrollo de la inteligencia verbal. El motivo es que en el exterior se producen más interacciones que en los lugares cerrados, y cuando eso sucede hay menos conflictos. Freire pone un ejemplo: en los patios de las escuelas en las que se ha modificado la cancha de fútbol y se han metido espacios de naturaleza como plantas o árboles, hay “muchos menos conflictos que en los patios típicos encementados donde solo hay una cancha”.

 

Qué se puede hacer desde los municipios o escuelas

 

Para que dicho contacto con la naturaleza sea beneficioso, los especialistas recomiendan que sea cotidiano, de unas tres o cuatro horas al día. Algo que, para quienes viven en la ciudad, parece utópico. Sin embargo, hay organizaciones que están dispuestas a hacerlo posible: en Reino Unido, la Comisión Building Better, Building Beautiful, organismo asesor del gobierno en temas de diseño urbano, ha propuesto la introducción de huertos en ciudades y áreas urbanas. Entre las recomendaciones hechas al gobierno, publicadas en un informe, está la de plantar “un árbol frutal en cada casa”. ¿El objetivo? “Volver a conectar a los niños con la naturaleza y con las fuentes de sus alimentos”, señala el informe.

Para Freire, un lugar donde debe fomentarse esta conexión de la infancia con lo natural es la escuela, retomando una tradición de España, la de la Institución Libre de Enseñanza, que llegó a ser pionera en Europa. Pero a veces los propios espacios infantiles no están diseñados para ello. “Estos parques con estos suelos sintéticos y pocas propuestas de juego no son adecuados para un niño o niña. Ellos necesitan tocar, oler, mancharse”, asevera.

Precisamente por eso, hay gente que está trabajando ya para repensar los parques y los espacios abiertos para que estén adaptados a la infancia. Freire señala que en la actualidad “hay un movimiento muy importante ahora mismo que es el de la transformación de los patios. Hay algunas comunidades educativas que están levantando el cemento y están haciendo cosas increíbles”. 

Algunos ejemplos: en diferentes municipios que son Ciudades Amigas de la Infancia se han llevado a cabo interesantes ejemplos de patios rediseñados para evitar desigualdades de género, tanto en centros educativos como en parques públicos, y permitir espacios al aire libre para niños y niñas. 

Por otro lado, la iniciativa Basurama, un grupo de arquitectos que trabaja reformando espacios urbanos de la mano de niños, niñas y profesores, ha realizado propuestas de cambio de ley para adaptar los espacios para la infancia. “Nos dimos cuenta que se están construyendo nuevas escuelas infantiles, pero los términos de referencia por los que se rigen los arquitectos para hacerlas están obsoletos”, explica Mónica Gutiérrez Herrero, miembro del colectivo. En consecuencia, añade, a veces las maestras denunciaban que esas nuevas escuelas tenían “cero sombras, cero vegetación, cero zonas para dar clase en el exterior, etc.”.  Por ello, desde Basurama piden que se adapten estos espacios a las necesidades de la infancia. Iniciativas que siguen una línea que tiene claro una cosa: debemos rediseñar las aulas para que el verdadero aula sea la naturaleza.

 

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