- La psicóloga reflexiona sobre la accesibilidad de los recursos de salud mental para todos los niños, niñas y adolescentes, y de la necesidad de formación de profesionales para detectar los problemas
Entre los derechos de la infancia más ampliamente reconocidos está el derecho a la salud, incluido en la Convención sobre los derechos del Niño. Sin embargo, no se presta la misma atención a la salud mental.
Algunos datos demuestran que queda mucho por hacer. En el mundo, cada año mueren 45.800 adolescentes por suicidio: es la quinta causa de muerte más frecuente entre los adolescentes de 10 a 19 años. Pero, además, la pandemia ha empeorado la situación: las medidas como la cuarentena, el distanciamiento físico o el aislamiento han tenido un grave impacto en la salud mental de niños, niñas y adolescentes. La crisis sanitaria ha hecho disminuir su percepción de bienestar, de acuerdo con nuestro Barómetro de Opinión.
Más allá de los datos, este problema tiene millones de rostros propios: niños, niñas y adolescentes cuyo derecho a la salud debe ser garantizado de forma plena. Pero, ¿tienen todos los niños y niñas igual acceso a los recursos y espacios de salud mental?
Sobre ello habló la psicóloga Pepa Horno, de la consultoría Espirales y especializada en infancia, afectividad y protección, en una de las mesas del Foro de Ciudades Amigas de la Infancia celebrado los pasados 30 de noviembre y 1 de diciembre. Una mesa coordinada por chicos y chicas del grupo asesor de UNICEF España en la que ellos también estuvieron presentes para dar sus opiniones sobre cómo ve su generación este tema antes tabú y cómo el aspecto económico acaba afectando a la salud mental de la infancia y adolescencia.
Romper con el estigma
¿Continúa habiendo un estigma en torno a la salud mental? “Ha habido un gran avance”, opina Yussef, del grupo asesor de UNICEF. “En redes sociales, vídeos de internet… puedes hablar de ir al psicólogo. Pero creo que, en los entornos diarios, instituto, colegio, trabajo… aún puede ser un tabú. No queremos decirlo, nos miran raro, aún está estigmatizado. No es como si fueras a hacerte una revisión médica cualquiera, sino como si estuvieras loco o tuvieras un problema en la cabeza”.
“No todo el mundo integra esto igual”, dice Pepa Horno. “Cuando me rompo una pierna, es un accidente; cuando tengo una depresión me siento culpable. Si tengo un problema de ansiedad que no consigo manejar me pregunto por qué no lo consigo manejar. Tienden a callárselo desde la vergüenza”.
Sobre el suicidio, un claro ejemplo de tema silenciado, creen que debería normalizarse, hablar de ello más habitualmente. “Debe estar acompañado de políticas e información que ayude a darse cuenta de que uno no está solo. Debería visibilizarse, pero a la vez ir acompañado de educación”, sostiene Erika. “No podemos pretender que la segunda mayor causa de muerte en Europa de jóvenes no se hable y que mágicamente se solucione”, observa Yussef.
Horno coincide: hablar de ello, de las ideas suicidas, puede ayudar a entender a los chicos y chicas que las tienen que es algo que le sucede a más gente, que no están solos. Y, en definitiva, a saber dónde pueden acudir para buscar ayuda.
Exclusión social y acceso a los recursos
“Para recibir atención hay que pedir ayuda”, dice Horno, “y es difícil hacerlo cuando los recursos no están accesibles”. Comenta que existen líneas de teléfono como recurso accesible, donde el niño o niña puede llamar y pedir ayuda; unas líneas que a raíz de la pandemia han recibido muchas más llamadas que antes. Pero en general, añade, los recursos no están disponibles.
“Los recursos de salud mental están lejos de los niños”, dice. “Si pregunto a niño, niña o adolescente a quién acudirían si lo están pasando mal, no me van a mencionar el centro de salud”. Yussef coincide: “En un ámbito escolar si no tienes a alguien a quien acudir o la máxima referencia es tu orientador académico, puede ser un problema”.
Otro elemento que sugiere una falta de equidad es que la ratio de psicólogos y psiquiatras infanto-juveniles es muy escasa. “Un psicólogo para 1.000 personas no puede hacer nada, no puede saber qué le está pasando a todos”, opina Santiago, del Grupo Asesor de UNICEF España.
Y, finalmente, otro problema es que los recursos no están bien distribuidos, según Horno: existe una diferencia muy grande entre unas comunidades y otras. De ese modo, dependiendo de dónde viva en España se va a recibir una atención diferente en salud mental.
“Si un niño o niña se rompe una pierna, da igual dónde viva, le van a poner un yeso y curar. Pero si un niño o niña es víctima de abusos sexuales tendrá un médico o psiquiatra o no lo tendrá: hay sitios donde existen tratamientos especializados y sitios donde no. Hay una variedad tremenda entre Comunidades Autónomas. Hay un problema de acceso a recursos pero además de distribución de recursos”, explica Horno.
Formación para detectar los casos
Sin embargo, una de las claves de recibir una adecuada atención en salud mental depende de que los profesionales tengan capacidad para identificar los síntomas, y para ello deben recibir una adecuada formación. “Todos cuando sufrimos manifestamos el dolor, la cuestión es saber verlo”, dice Horno. “Hemos avanzado mucho, ir al psicólogo ya no es un tabú, la imagen social está cambiando. Pero sigue habiendo desconocimiento y falta de información”.
Por un lado, cree que a los niños, niñas y adolescentes se les debe dar información sobre salud mental: cuando se les enseña cuáles son los indicadores para saber que algo está pasando, a reconocer las propias emociones, el miedo y por qué tengo miedo, eso hace que puedan pedir ayuda antes.
Por otro lado, enseñar a los niños y niñas es complementario con que reciban formación en salud mental todos los profesiones que trabajan con infancia (incluyendo a los trabajadores sociales, abogados, médicos, enfermeros…), ya que son ellos y ellas quienes van a poder detectar estos casos. Incluyendo aquellos casos que son más difíciles de detectar: el niño o niña que se aísla o deja de hablar o de salir; los casos en los niños de entre 0 y seis años, como los retrasos en el desarrollo; las somatizaciones, cuyo origen es psicológico… Horno advierte también de que es necesario tener cuidado con la patologización excesiva y la sobremedicación. “Por ejemplo, un niño o niña que haya sido víctima del bullying puede desarrollar problemas de depresión o ansiedad”, dice. “Corremos el riesgo de medicalizar a los niños y niñas, la intervención debe ser interdisciplinar”.
La salud mental: una prioridad
A pesar de los avances a la hora de romper el estigma, la salud mental continúa siendo un tema al que no se le da la adecuada prioridad, ni se le considera un tema de agenda política. España solo destina 5,16% del gasto sanitario a la salud mental, por debajo de otros países europeos. Como recuerda Horno, es necesario darle a este tema la prioridad política que tiene, y adjudicar recursos, no solo económicos sino de inversión y formación.
Entre nuestras propuestas en el escenario de la pandemia, desde UNICEF España recordamos que es urgente acelerar el proceso de adopción de la Estrategia Nacional de Salud Mental, garantizando una atención especial a las necesidades y derechos específicos de los niños y adolescentes. Además, hay que tener en cuenta que algunos problemas de salud mental pueden derivar en exclusión social: existe una relación causal bidireccional entre la pobreza y los problemas de salud mental, dos males que afectan a la infancia y que se han acentuado con la crisis sanitaria.
“Cuando hablamos de desigualdad económica no solo es una cuestión económica”, dice la psicóloga. Es un círculo vicioso: alguien que vive en una situación de discriminación social tiene menos amigos, menos gente que le apoye, y al sentirse más solo y estar más aislado la situación de sufrimiento se agrava y puede acabar teniendo problemas de salud mental por la sensación de aislamiento.
“Hay que entenderlo como problema de exclusión social: no tener amigos, no tener una red, no tener familia porque está trabajando de sol a sol… Todo eso hace que cuando tienes un problema no tengas con quién hablarlo”, explica. “Cuando uno tiene buenos amigos, esta es una de las mejores herramientas de protección respecto a los problemas de salud mental”.
“Es muy importante que existan espacios seguros, y uno de ellos puede ser los espacios educativos”, añade Erika. “Cuando no tienes a tu familia o a amigos, debe haber un espacio de referencia. Puede ser un consejo de infancia, institución… estás allí cada día, conocemos a los que estamos”.