- A más de un año de la irrupción de la crisis sanitaria, la juventud sufre falta de confianza, miedo a un futuro incierto, y el impacto de la COVID-19 ha generado un malestar general
- A pesar de todo, la salud mental de la infancia y adolescencia no se han tenido del todo en cuenta
Lo vimos durante la cuarentena del principio de la pandemia: las duras medidas y restricciones de movilidad supusieron un aumento de los síntomas de ansiedad y depresión en niños, niñas y adolescentes. Y, tras la vuelta a una “nueva normalidad” y a más de un año de la irrupción de la crisis sanitaria, la salud mental de la infancia continua en peligro. Se teme que el futuro de esta generación de niños y niñas quedará marcado por esta emergencia sanitaria y la crisis económica consecuente, y el bienestar mental es un aspecto al que se le está dando muy poca importancia.
Ya en 2019, el Relator Especial de la ONU, Dainius Pūras, hizo un análisis de los problemas del sistema de salud de España y recomendó algunas mejoras, que incluían un enfoque basado en los Derechos para la promoción de la salud mental. Dos años despuñes, ¿cómo ha afectado la pandemia al bienestar de los niños, niñas y adolescentes, y qué puede hacerse para que esta crisis sanitaria no se convierta en una crisis de salud mental de la infancia?
Los datos de la pandemia que no vemos
Aunque el virus de la COVID-19 ha afectado en menor medida a las personas más jóvenes de forma directa, sí que ha tenido en ellas un impacto indirecto: lo ha hecho empeorando el bienestar psicológico de todas las personas, incluyendo especialmente a la infancia y adolescencia. La crisis sanitaria ha incrementado la carga de estrés sobre los niños, niñas y adolescentes y ha afectado a su salud mental y física, ambos componentes fundamentales del desarrollo y bienestar infantil y adolescente. Como ha indicado el Secretario General de Naciones Unidas, “si no actuamos pronto, podríamos tener que afrontar también una seria crisis de salud mental a nivel global”.
Es cierto que hay mucha resiliencia entre los niños, niñas y adolescentes en las situaciones adversas, y que muchos tienen gran capacidad de adaptación. A pesar de ello es muy importante la detección precoz de cualquier tipo de problema relacionado con el malestar psicológico y de salud mental que se haya podido generar en la infancia y adolescencia, y tratarlos a tiempo.
Sin embargo, prestamos poca atención a los problemas psicológicos en la infancia. Pero están ahí. En septiembre de 2020, la Organización Mundial de la Salud (OMS) avisaba de que la mitad de los trastornos mentales comienzan a los 14 años o antes. La depresión es una de las principales causas de enfermedad y discapacidad entre adolescentes a nivel mundial, el suicidio es la tercera causa de muerte para la gente de entre 15 y 19 años y entre el 10% y el 20% de los adolescentes experimentan trastornos mentales, pero no se diagnostican ni se tratan.
En 2020 se llevó a cabo el informe Nuestra Europa por parte de varias entidades, incluida UNICEF, en colaboración con la Comisión Europea. Para elaborarlo se consultaron a 10.000 niños entre 11 y 17 años y contó con dos representantes del Grupo Joven de UNICEF España —Gabriel, de Aragón, y Mireia, de Cataluña- junto a chicos y chicas de otros países de la región, para evaluar las condiciones y calidad de vida de la infancia y la adolescencia en Europa. El resultado no fue muy halagüeño: uno de cada cinco niños de la Unión Europea aseguró estar creciendo infeliz y con ansiedad. Además, quedó patente que uno de los mayores problemas que tiene la juventud es la falta de confianza en sí mismos y el miedo a un futuro incierto, y el impacto de la COVID-19 en la juventud ha generado un malestar general, amenazando la salud mental de muchos y limitando las vías de educación de otros.
Dar prioridad a la salud mental de la infancia es una urgencia
Urge abordar este problema: es una de las conclusiones de nuestro cuaderno “UNICEF España frente a la crisis originada por el Covid-19”, en el que hemos analizado los retos que afronta la infancia tras la pandemia, como el bienestar económico y la salud y salud mental. En la presentación del cuaderno celebrada el pasado 12 de mayo, Gustavo Suárez Pertierra, presidente de UNICEF España, incluía la salud mental entre esos problemas que afectan gravemente a los derechos de la infancia y que se ven agravados por la pandemia. “La salud mental tiene una falta de atención especial que hay que remediar desde la perspectiva del sistema sanitario público”, expone.
Carlos Imaz, vicepresidente de la Asociación Española de Psiquiatría del Niño y el Adolescente (AEPNyA), está de acuerdo: “No cabe duda de que la salud mental debe ser transversal a la hora de manejar el concepto de salud. En la pandemia no se ha tenido del todo en cuenta”. El médico psiquiatra confirma que, aunque las medidas de confinamiento han mejorado las cifras de contagios, ha empeorado la salud mental de todos, incluyendo la de los más pequeños, que han sufrido trastornos del sueño, ansiedad o depresión, y algunos se han aislado o perdido apoyos de sus grupos de referencia.
“Aunque los niños y niñas han mostrado gran capacidad de adaptación y asumido muchas de las medidas, queda en el deber de los adultos la capacidad de construir un mundo lo suficientemente seguro para que ellos puedan jugar”, dice. Imaz recuerda que cuidar la salud de la infancia y adolescencia pasa por garantizar sus derechos, y eso debe hacerse “a través de la participación y el empoderamiento verdadero. Hemos de aprender mucho de terrenos como la participación”.
Recientemente ha habido dos anuncios importantes en este área: en primer lugar, la reanudación de los trabajos de la Nueva Estrategia de Salud Mental, y en segundo lugar, la creación de un nuevo grupo de infancia y salud mental. Ambas son recomendaciones de UNICEF España que estamos a la espera de que se concreten.
Qué hacer ante este reto
La ONU ya hizo una propuesta para abordar esta problemática basada en un enfoque de promoción y protección de la salud mental por parte de toda la sociedad y de los gobiernos, así como en la inclusión de la salud mental en las medidas de respuesta a la COVID-19 y en la garantía de los servicios de salud mental y apoyo psicológico y social. Desde UNICEF España recordamos que para abordar este problema es necesaria la inversión, pero también la promoción de un estilo de vida saludable y estrategias de intervención y prevención que garanticen la salud infantil y adolescente desde un punto de vista transversal y multidisciplinar.
En países de todo el mundo están llevado a cabo buenas prácticas para garantizar la salud mental de sus ciudadanos. La mayoría se enmarcan en las estrategias de salud mental de los diferentes países, creando redes de prevención y promoción de la salud mental o adoptando medidas contra las adicciones y para la prevención del suicidio. Incluyen una plataforma para coordinar el apoyo psicológico y social a grupos vulnerables como los refugiados (Austria), una estrategia de salud digital para el tratamiento psicológico (Dinamarca), un plan para reducir el estigma en salud mental (Letonia), prohibición de las terapias de conversión para jóvenes LGTB (Malta y Alemania), un servicio de apoyo en el duelo (Reino Unido) o una estrategia basada en la creación de un ambiente saludable centrada en la adolescencia (Lituania).
¿Qué pueden hacer las ciudades en este importante reto? Realmente, su papel es mayor del que pensamos. La crisis ha mostrado que salud mental y física se ven influenciadas por las condiciones y oportunidades que ofrece el entorno donde vivimos. Desde UNICEF España ya instamos a los alcaldes y alcaldesas para que tomaran en serio este problema y lo abordaran con la mirada puesta en los derechos de los niños y niñas.
Salud mental de la infancia y COVID-19: el papel que (también) juegan las ciudades
Aspectos como el derecho al juego, una movilidad saludable, el contacto con la naturaleza o el acceso a espacios verdes impactan positivamente en la salud mental de los niños y niñas que viven en ciudades. Los espacios verdes públicos en entornos urbanos suponen múltiples ventajas para el desarrollo de la infancia, incluyendo beneficios para su desarrollo físico, mental y social, así como beneficios para la propia ciudad en su conjunto. Por eso recomendamos medidas como incorporar a la planificación urbana un enfoque de infancia, crear espacios protectores para los niños y niñas y potenciar la participación infantil y adolescente. Se trata de medidas que son necesarias siempre pero ahora, con la sombra de una posible crisis de salud mental de la infancia, más que nunca.