La tercera entrega de la serie “Ciudades y niños” nos lleva hasta las calles de Friburgo, donde la apuesta por la peatonalización, el tráfico calmado y el uso de la bicicleta y el transporte público permite a los niños jugar con seguridad fuera de sus casas
Friburgo es una ciudad atípica. En un país donde se fabrican cada año cerca de seis millones de coches, sus habitantes prefieren moverse a pie. Mientras buena parte de sus compatriotas se desplaza periódicamente al sur del continente en busca de cálidos rayos de sol, los friburgueses disfrutan de la más alta concentración de luz solar en Alemania, con más de 1.700 horas de luz al año.
Además de contar con un clima favorable en un entorno privilegiado, junto a las fronteras con Francia y Suiza, la ciudad alemana ha desarrollado su propio modelo de planificación urbana ambientalmente sostenible. Y lo ha hecho mediante un largo camino a contracorriente que se remonta a la década de 1970, cuando los ciudadanos de Friburgo se negaron a aceptar la construcción de una planta de energía nuclear en lo que devino uno de los mitos fundadores del movimiento ambientalista.
Tras haberse ganado el sobrenombre de ciudad verde (dos terceras partes del suelo se dedican a usos verdes y hay barrios que producen cuatro veces más energía de la que consumen), Friburgo busca convertirse también en una ciudad de distancias cortas y amigable para los niños. Para ello, ha desarrollado una estrategia que pretende limitar el uso de coches en la ciudad, ofrecer alternativas de transporte efectivas y regular el uso del suelo para impedir la expansión urbana. Dando prioridad a las personas frente a los automóviles gracias a su apuesta por la peatonalización, el uso de bicicletas y el transporte público, la ciudad ha hecho de sus calles un lugar seguro para el juego y el esparcimiento infantil.
El camino inverso
Pero no siempre fue así. En la década de los 90, cuando el éxodo rural incrementado tras la reunificación alemana alimentaba el trasvase de personas desde el campo a las ciudades, los ciudadanos de Friburgo decidieron tomar el camino inverso. En busca de lugares más propicios para formar una familia, los vecinos abandonaban el centro de la ciudad y se establecían en las afueras, donde la baja densidad del tráfico hacía de las calles un espacio mucho más habitable para los niños.
El área de Planificación de Friburgo, convertida en un departamento clave desde la reconstrucción de la ciudad tras la Segunda Guerra Mundial, cuando un 85% del centro urbano quedó destruido por los bombardeos, decidió tomar cartas en el asunto. Para atraer de nuevo a una ciudadanía joven que optaba por la vida en el campo, los planificadores de la ciudad se propusieron mejorar la calidad de vida de los niños. Así, su primera acción consistió en limitar a 30 kilómetros por hora la velocidad de circulación en algunas de las principales vías. Adoptando el modelo de tráfico calmado que se venía desarrollando en Holanda y otras ciudades alemanas, las calles de Friburgo comenzaron a cambiar los coches por las bicicletas, los triciclos o los carritos. Desde entonces, más de 180 zonas de la ciudad se han convertido en espacios de tráfico calmado.
Jan Maurer, responsable desde hace doce años de planificar el tráfico en las calles de Friburgo, revelaba recientemente uno de los secretos del éxito del modelo de Friburgo: que la ciudad no impone la iniciativa, sino que apoya el compromiso de los residentes locales. Cuando una familia quiere que su calle se convierta en un área de tráfico calmado, lo primero que hace es consultar a los vecinos para solicitar su apoyo. De hecho, uno de los factores más importantes en el camino de la ciudad hacia la sostenibilidad ha sido su enfoque en la participación ciudadana, lo que ha permitido involucrar a una amplia gama de actores y construir estructuras sociales y comunidades sociales sólidas.
Vauban, calles para todos
El paradigma de esta idea de ciudad sostenible de distancias cortas y vecinos comprometidos es el barrio de Vauban. Erguido sobre una antigua zona de acuartelamiento ocupada por el ejército francés hasta el final de la guerra fría, las políticas para reducir el tráfico en este barrio conocido por sus altos estándares ambientales han demostrado ser un rotundo éxito: apenas se cuentan 172 coches por cada 1.000 habitantes, cifra muy inferior a los 550 de media en Alemania o los 470 de España. La presencia de comercios y servicios a una distancia accesible a pie, la disponibilidad de autobuses y tranvías, carriles bici y la gran cantidad de coches de uso compartido permite a muchos de los vecinos de Vauban vivir sin coche. Pero sobre todo garantiza el uso prioritario de las calles residenciales como lugares de encuentro, donde niños y niñas pueden jugar seguros y seguir creciendo a contracorriente.