- Cualquier proceso de mejora de los centros de acogimiento residencial debe contar con los niños, niñas y adolescentes que viven en ellos
- Sin embargo, el protagonismo real en el sistema de protección de los chicos y chicas “es mínimo”, según la psicóloga Pepa Horno
- La publicación Voces para el cambio de UNICEF España pretende facilitar los procesos de participación infantil para realizar mejoras en los centros de acogimiento
El sistema de acogimiento residencial, una herramienta para que aquellos niños, niñas y adolescentes que no pueden permanecer en su hogar tengan una oportunidad de vida y desarrollo pleno, ha experimentado una gran evolución en los últimos años en España. Sin embargo, toda mejora de este sistema debe contar con las propuestas y opiniones de sus beneficiarios últimos: los niños, niñas y adolescentes que viven en estos centros. Solo así serán medidas eficaces y pertinentes, es decir, ajustadas a sus necesidades.
¿Cómo facilitar este proceso de participación? La publicación Voces para el cambio: Guía metodológica para realizar consultas a niños, niñas y adolescentes en acogimiento residencial, de UNICEF España, pretende hacer precisamente eso: ofrecer pautas para realizar los procesos de participación infantil y adolescente en este contexto a fin de realizar mejoras del funcionamiento de los centros de acogimiento.
Basada en los principios básicos del enfoque de los derechos de infancia y en el principio de protección integral, la guía persigue un objetivo: favorecer la participación consultiva desde la escucha y la expresión activa, como primer paso de un proceso de participación protagónica que incluye un proceso de transformación del modelo educativo y de intervención en el centro.
La importancia de la participación de los chicos y chicas
Para Pepa Horno Goicoechea, una de las autoras del informe, el proceso de mejora de este sistema de acogimiento residencial “nunca será legítimo si no cuenta con la visión de los usuarios últimos, que son los niños, niñas y adolescentes”.
Durante la presentación del informe en un evento online el pasado 6 de octubre, la psicóloga y miembro de la Espirales consultoría de Infancia ha incidido en la necesidad de que el proceso de consulta con estos niños, niñas y adolescentes sea un proceso equitativo: “Esa equidad supone incluir las especificidades de estos niños, niñas y adolescentes, y los que están en el sistema de protección”, explica.
La responsabilidad de la implementación de todos los derechos humanos del niño, niña o adolescente corresponde a los garantes: familias, comunidad y Estado. Por tanto, la implementación de procesos de participación significativa en los recursos de acogimiento residencial es una obligación de los equipos educativos y de las instituciones competentes, como especifica el informe.
Sin embargo, “el protagonismo real en el sistema de protección de los chicos y chicas es mínimo”, señala Horno.
Un proceso significativo, legítimo y protector
El derecho a la participación permite a cualquier niño o niña convertirse en un agente de cambio y adquirir un rol activo en su comunidad, y es fundamental para su desarrollo pleno y la creación de entornos protectores. Pero, ¿qué puede suponer para un niño, niña o adolescente en acogimiento residencial la oportunidad de participar en una consulta?
En este contexto, participar es doblemente importante: enseña habilidades de autonomía a los chicos y chicas al brindarles una oportunidad de expresar sus necesidades, sus emociones y sus vivencias, posibilita el aprendizaje de habilidades de autoprotección y puede incrementar la cohesión del grupo. La participación puede ser, además, una herramienta importante para promover la resiliencia y para salir de la victimización, la pasividad y el silencio.
Finalmente, si la rendición de cuentas posterior a la consulta es la adecuada, participar brindará a estos chicos y chicas una vivencia legítima y real de transformación social en su entorno más directo, ya que estarán contribuyendo a generar entornos seguros y protectores en su lugar de convivencia.
Eso sí, para que esos aprendizajes se den la consulta ha de ser significativa, legítima y protectora, es decir:
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- Que forme parte de un proceso más amplio
- Que cuente con un proceso de rendición de cuentas
- Que sea relevante y pertinente (que se pregunten cuestiones que tengan que ver con mejorar la calidad de vida)
- Que sea respetuosa e inclusiva
- Que sea transparente e informada
- Que sea protectora
Cómo preparar la consulta
El informe da pautas para adecuar, en primer lugar, el entorno en el que se va a llevar a cabo la consulta: debe ser un entorno seguro y protector, con accesibilidad y seguridad física, con luz y donde los chicos y chicas puedan moverse, y que sea cálido física y emocionalmente. La guía propone tener en cuenta algunas medidas para la salvaguardia, como los consentimientos informados o un análisis de riesgos previos (por ejemplo, considerar qué pasa si se revelan conductas de riesgo o desprotección en el hogar; si se produce una conexión interna con memorias traumáticas, etc).
“Si queremos tener una opinión de los niños, niñas y adolescentes tenemos que facilitarles que nos la puedan dar”, dice Francisco Javier Romeo Biedma, psicólogo y co-autor del informe. “Necesitamos conocer con antelación cómo es el grupo. Lo que nos interesa es que nos cuenten aspectos de funcionamiento que afecten al desarrollo de la consulta”.
“Si queremos tener una opinión de los niños, niñas y adolescentes tenemos que facilitarles que nos la puedan dar”, dice Francisco Javier Romeo Biedma
Precisamente por eso el informe ofrece medidas para para adaptar el proceso a las distintas necesidades de los niños, niñas y adolescentes: debe estar adaptado, entre otras cosas, a la diversidad funcional o a la diversidad cultural. Romeo Biedma habla del ejemplo de los niños y niñas migrantes no acompañados: “Es un colectivo muy diverso: hay chicos y chicas, dedistintos países, religiones, lenguas, distintos niveles culturales… Tienen aspectos en común: ausencia de figuras familiares protectoras y experiencias adversas”. Para el psicólogo, el proceso debe ser lo más participativo posible: “Estos chicos y chicas han vivido mucho y también pueden opinar”.
En cuanto a las personas facilitadoras, el informe destaca que es necesario contar con profesionales con experiencia en el sistema de protección, conscientes de la historia de vida de los chicos y chicas y con flexibilidad para el cambio. Hay también aspectos para tener en cuenta: por ejemplo, la influencia que puede tener en la consulta la relación que exista previamente entre los facilitadores y los niños, niñas y adolescentes, o la conveniencia o no de la presencia de miembros del equipo educativo durante la consulta. “Que las personas [facilitadoras] no sean miembros del centro educativo sería lo ideal, tiene que ver con las relaciones de poder”, opina Horno.
La consulta: el primer paso de un proceso más amplio
El informe recoge algunas propuestas metodológicas para llevar a cabo la consulta a modo de ejercicios con los que chicos y chicas expresen sus opiniones en torno al sistema de protección y realicen propuestas de mejora. Un proceso que a la larga permitirá que los niños, niñas y adolescentes puedan hacer un proyecto de vida propio, adquieran capacidad de autonomía, adopten unas metas propias, establezcan sus propios ritmos… “Todo esto explica por qué hay que preguntarles, por qué hacer procesos de consulta con ellos”, dice Horno.
La psicóloga advierte de los riesgos de una mala escucha: que haya experiencias que no sean dichas porque no sean escuchadas, que se le adjudiquen significados erróneos a lo que los chicos dicen, etc. Y destaca que uno de los desafíos consiste en que los chicos y chicas puedan evaluar el trabajo que hacen los profesionales.
“Para hacer un proceso de consulta hay que estar dispuesto a escuchar. El sistema de protección ha empezado a esta dispuesto, y que se nos haya encargado esta guía es prueba de ello”, comenta Horno.
Para los autores, esta consulta es un primer paso de un proceso más amplio, que abarca la escucha, la participación y el protagonismo. “Vamos a un modelo que incorpore el proceso de protagonismo: participar es dar a los chicos el espacio para que puedan ser protagonistas”, añade Horno. “La escucha es la base del desarrollo de la persona. No es posible el desarrollo pleno sin escuchar las necesidades de los chicos y chicas”.
Materiales: