Construyamos un hogar donde tengan cabida los niños, niñas y adolescentes que migran solos

07/06/2021 | Gobernanza local, Inclusión, Migrantes no acompañados

Acogida menores migrantes

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  • La acogida de los niños, niñas y adolescentes que migran solos es responsabilidad de todos: administraciones, entidades, tercer sector y la propia sociedad

 

Son chicos y chicas como cualquier otros; simplemente, han llegado solos. Los niños, niñas y adolescentes migrantes no acompañados son reducidos a una sigla que para muchos les cosifica y representados como un colectivo homogéneo cuando, en realidad, está formado por un sinfín de historias muy diversas.

La cifra de llegadas de menores migrantes a España ha crecido en los últimos años: a finales de 2020 había más de 9.000 registrados en el país. Muchos han pasado por trayectos migratorios difíciles pero, una vez en su nuevo país, empieza para ellos otro viaje lleno de dificultades de otro tipo. Todos se enfrentan a una triple vulnerabilidad: por su origen, por su edad y por su situación de no acompañado (y, en el caso de las niñas, se le añade la condición de género). Y cumplir la mayoría de edad supone para muchos quedar fuera del sistema de protección.

Por todo ello, prevenir su exclusión y garantizar su acogida e integración de estos chicos y chicas en un momento crucial de la vida como es la adolescencia es tarea de todos: desde la administración, incluyendo por supuesto la local, pasando por las entidades sociales y tercer sector, e incluso la sociedad civil y el activismo social. No solamente para los niños y niñas (según la Convención sobre los derechos del Niño) sino también para los adolescentes con más de 18 años que siguen necesitando un apoyo para comenzar una vida en su nuevo país.

 

Factores que vulnerabilizan a la infancia migrante

 

Desde la óptica de los derechos de la infancia, Sònia Fuertes, comisionada de Acción Social del Ayuntamiento de Barcelona, habla de un grupo vulnerabilizado e incluso “vulnerado”, en el marco de un encuentro ofrecido por la Fundación La Caixa el pasado 20 de mayo en el que se aportaron varias miradas para entender este fenómeno, así como los factores de riesgo y prevención.

Fuertes sostiene uno de los elementos que contribuye a la vulnerabilización es el propio relato: “Se sobredimensiona una imagen de estos jóvenes vinculadas al delito, la transgresión, el consumo, prácticas que son muy minoritarias y que contribuyen a que esas fronteras se hagan todavía más patentes en la sociedad que les ha de acoger”, dice.

Para Fuertes, abordar todo esto es urgente. “Estos jóvenes están aquí, están con nosotros, les hemos estado protegiendo y luego entran en un vacío en el que les dejamos caer. Un joven que acaba en la calle sin unos vínculos formales, unos referentes adultos que le ayuden en el tránsito hacia la incorporación a esta comunidad, solo puede ir a peor”.

 

“Un joven que acaba en la calle sin unos referentes adultos que le ayuden en el tránsito hacia la incorporación a esta comunidad solo puede ir a peor”, dice Sonia Fuertes, del Ayuntamiento de Barcelona

 

Laia Costa, activista jurídica, también conoce el fenómeno desde cerca como miembro de la Red de Acogida de Jóvenes Migrados Solos. Los describe como jóvenes que pasan por muchas instituciones durante años y que se ven afectados por el racismo institucional o la imposibilidad de ir al colegio o formarse. “Estamos en un Estado de derecho y hablamos de responsabilidades. Y hay administraciones que están fallando”, denuncia. “No se está cumpliendo con la legalidad, con el interés del menor”.

 

Una realidad más diversa que la que cuentan los medios

 

Isidre Carbonell, psicólogo y miembro de Punt de Referència, suele trabajar con chicos y chicas que vienen solos de Marruecos y otros países de África. “Es un colectivo muy variado, aunque en los periódicos salga en forma de estadísticas”, confirma.

Cada chico o chica es diferente, explica Carbonell. Hay jóvenes que han madurado un proyecto durante mucho tiempo, y otros que ejecutan el proyecto de la familia. Para algunos, el viaje a Europa es rápido y breve; otros, sobre todo los chicos y chicas subsaharianos, llegan después de unos periplos terribles que les dejan vivencias traumáticas. Cuando el itinerario es largo y tan duro, muchos maduran y se hacen conscientes de que deben aprovechar todas las oportunidades; los del viaje rápido son a veces “poco conscientes de lo que significa emigrar a una sociedad distinta”. Hay quienes huyen de situaciones de maltrato o negligencia de las familias y “vienen vulnerables en origen”. Otros han sido bien amados y atendidos y, para el psicólogo, “son los que más fácilmente pueden salir adelante, a pesar de que los vulnerabilicemos”. Incluso se da el caso chocante de niños que cruzan la frontera sin querer, y luego no pueden regresar.

 

“La vivencia de cada chico y chica es única y a la hora de atenderles intentamos entender su itinerario”, explica el psicólogo Isidre Carbonell

 

Con toda esta variedad, la vivencia de cada chico y chica es única y a la hora de atenderles intentamos entender su itinerario, eso es un trabajo”, explica Carbonell. Para ello hay que prestar mucha atención al aspecto emocional de estos adolescentes, persona por persona.

 

Una responsabilidad de todos y todas

 

Para Carbonell, la responsabilidad de garantizar los derechos de esta infancia migrante es de todos. Concretamente, de aquellas cosas necesarias (documentación personal, permiso de residencia, empadronamiento…), su garantía es responsabilidad es de las diferentes administraciones: la del país de origen de los adolescentes, la local, las embajadas y consulados o la administración del Estado. Por otro lado, hay otras cosas importantes, como la formación, la inserción laboral o los recursos materiales o la vivienda. Estas cosas son “responsabilidad de todos, desde los profesionales de la administración como los que los atendemos directamente: todo tipo de entidades que les damos apoyo”.

Como psicólogo, Carbonell participa de ese acompañamiento y apoyo. Le interesa ver cómo estos chicos y chicas se ven afectados por aspectos como el laberinto administrativo; también añade que es importante ayudarles a elaborar sus relaciones familiares y a elaborar una mirada sobre el país de acogida: “Que construyan una actitud proactiva, a veces modificando su proyecto de futuro. Empoderarlos, que no sean solo usuarios de servicios sociales. Es importante que puedan percibir calidez, acogida y empatía en todos los adultos que les atienden, tanto desde la administración como entidades”.

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“Las herramientas de promoción social, cultural y educativa no están a su alcance como lo están para otros jóvenes”, dice Fuertes, para quien es necesario ser muy claro y realista en ese ejercicio de derechos y de deberes.

Cree que hay pocas voces alzadas de forma firme para defender los derechos de estos chicos y chicas. “Hay una responsabilidad de la Administración, pero es verdad que cuando hay momentos de incidencia de la sociedad civil organizada (tercer sector, activismo…) la cosa cambia”, dice. Destaca la labor de algunos medios de comunicación que están informando sobre el tema de otra manera el tema, eludiendo ciertas imágenes o acrónimos que tenían carga de criminalización y ofreciendo una imagen más diversa. “Eso ha ayudado. Debemos encontrar ese engranaje: una Administración que cumple con sus obligaciones, pero también una sociedad civil que se organiza”.

 

El papel de la sociedad civil: acompañamiento y acogimiento

 

¿Qué lleva a los ciudadanos a autoorganizarse en esas redes de acogida? Laia Costa da su opinión: “Es dejar de esperar a que te lleguen soluciones de arriba. Como ciudadana dices, vamos a movernos desde abajo”. Es el caso que ella presenció en la pequeña ciudad de Olot, en Gerona: Costa explica que, ante la desesperación de los directores de un centro de acogida que se vio en la obligación de expulsar a un chico, la sociedad comenzó a organizarse, a contactar con abogados como ella y con los Servicios Sociales. “Allí nos organizamos unos cuantos, al final aparecen familias, aparece gente”, cuenta. “No ha sido fácil, pero sí es posible. Y si no hay gente abajo diciendo cosas no va a pasar, la Administración está a merced de lo que deciden los ciudadanos”.

 

“Como ciudadanos, hay que dejar de esperar a que te lleguen soluciones de arriba y movernos desde abajo”, dice Laia Costa

 

El acogimiento familiar de estos niños, niñas o adolescentes es una herramienta capaz de contribuir a la solución pero que sigue contando con muchas trabas y siendo muy invisible en el debate público. Sin embargo, cada vez más familias deciden acoger a niños, niñas y adolescentes migrantes no acompañados que están fuera del sistema. “Nosotros trabajamos con voluntarios que hacen de mentores, de referentes con chicos, también con acogimiento, que acogen al joven durante un tiempo en su casa”, explica Carbonell. “La experiencia de todos es de enriquecimiento brutal. Vienen a decir, nosotros le hemos dado mucho, una casa, pero es que nosotros nos hemos enriquecido más”.

El psicólogo cree que la sociedad es realmente más solidaria de lo que muestran los medios de comunicación: “Hemos visto muchas veces actitudes espontáneas de acogida entre vecinos y voluntad de acoger, en las que el único defecto era la falta de una orientación técnica que reforzara las posibilidades de éxito. Pero la generosidad la hemos visto”, dice. “Estaría bien que la gente entendiera que los primeros en enriquecernos somos los humanos cuando somos capaces de acoger a otros”.

 

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