“Estábamos en un acto importante, en el que se estaban dando unos premios muy trascendentes a unos muy importantes deportistas. Entonces hubo un deportista que decidió que iba a subir al podio con su niña. La niña era un amor, tendría quizá tres añitos, o algo así. La subió al podio con él, donde estaban las autoridades, y me sorprendió mucho que nadie saludó a la niña. La niña no estaba…no tenía espacio…y probablemente es que mucha gente no sabe qué hay que hacer para saludar a un niño. ¿Cómo se saluda a un niño? ¿Se le da un beso, se le hace una caricia, se le sonríe? Yo creo que este ejemplo indica hasta qué punto estamos acostumbrados a que, en el mundo de la política, de lo importante, los niños no son importantes, aunque luego digamos que son importante en las políticas para la infancia.”
Manuela Carmena, alcaldesa de Madrid. Extracto de su intervención en el IV Congreso Ciudades Amigas de la Infancia
Son las cuatro de la tarde. En el auditorio de CaixaForum Madrid, 13 niños, niñas y adolescentes se acomodan en el mismo escenario que, solo unas horas antes, han ocupado altos funcionarios internacionales, distinguidos académicos o alcaldes y alcaldesas de ciudades como Madrid, Vigo o Soria. Van a impartir un taller a los participantes en el IV Congreso Ciudades Amigas de la Infancia.
¿Quién mejor que ellos para hablar sobre participación infantil? “Me dicen que yo soy experto en participación infantil. Tal vez yo he leído más libros sobre participación infantil, pero no tengo la experiencia que tienen los niños”, dirá al día siguiente Harry Shier, reputado experto en este campo con experiencia internacional.
Sobre la tarima, Soledad González, de la Asociación los Glayus, da la bienvenida a los representantes de los consejos de Avilés, Cuarte de Huerva, La Almunia, León, San Sebastián de los Reyes, Villanueva de la Torre y Vícar. Abajo, en un auditorio repleto, esperan su turno decenas de chicos y chicas procedentes de Toledo, Mallorca, Humanes, El Casar o Alovera, entre otros.
Por delante, una hora y media para hablar de su experiencia en los consejos de participación, de sus logros, de los momentos compartidos en los encuentros y de los retos que tienen por delante. Y un desafío: demostrar que la invisibilidad de la que hablaba Manuela Carmena, alcaldesa de Madrid, no va con ellos.
Pequeñas acciones, grandes cosas
“Lo que más me gusta de ser consejera”, dice Alba, de Cuarte de Huerva, “es que nuestra opinión importa para los mayores, influye cuando se toman decisiones y se nos valora a la hora de ponerlas en marcha”.
En los Consejos, los niños se sienten importantes y contribuyen con su trabajo a mejorar las condiciones de vida en sus ciudades. “Hemos demostrado”, dijeron, “que tenemos mucho que decir”. Además, los niños y niñas predican con el ejemplo. No solo proponen cosas, sino que ayudan a ejecutarlas. “Nosotros nos ponemos manos a la obra, no esperamos a que vengan los del ayuntamiento a ayudarnos”. Son inconformistas pero realistas. “Con pequeñas acciones, ganas y motivación se pueden conseguir grandes cosas”, dijeron los participantes.
Fueron muchos los logros que se dieron a conocer: conexión wifi en los parques de Cuarte de Huerva; nuevas actividades de ocio saludable en espacios infantiles y juveniles que antes no existían, como el espacio joven en La Almunia o la pista de skate en Villanueva de la Torre; revistas dirigidas por niños y niñas, como la Peque Plaza de San Sebastián de los Reyes o la Chikirevista de Humanes. En Vícar lograron incluso convocar unas elecciones democráticas para elegir a los nuevos miembros del consejo de participación.
En ese camino hacia el empoderamiento infantil que pasa por los consejos de infancia, llamó también la atención el caso de Avilés. “Nuestro mayor logro ha sido pasar de un plan de infancia hecho íntegramente por adultos a un plan de infancia hecho íntegramente por niños y adolescentes”, dijeron Coral y Andrea. Ese plan recoge 31 medidas, en comparación con las 107 incluidas en el documento anterior, de las que han cumplido 25. Para uno de sus compañeros, Sergio, del consejo de participación de León, aquello tenía toda la lógica. “Los mayores sois muy complicados”, dijo. “Los niños somos más simples, pero buscamos lo importante”.
Ser consejero mola
Pero hay más. “Las reuniones molan, entre todos decidimos, hablamos”, dice Alejandro, de 10 años, que ha viajado desde Toledo. “Tenemos un sello”, explica, “y con él vamos visitando lugares públicos, monumentos… y si vemos que está bien para los niños les damos el sello. Y si no, les decimos lo que no está bien.”
En Alovera, para fomentar el comportamiento cívico entre niños y adolescentes del municipio, han desarrollado un decálogo que presentan en los colegios, y un juego, la “Oca del Civismo”. En Humanes han inventado “La máquina de la felicidad” para hacer felices a los más pequeños. “Ellos escriben deseos y los mayores tratamos de hacerlos realidad, explica Carolina. También han hecho un corto sobre el bullying, titulado Amarillo. “Nuestro corto acaba bien, no como otros. Todos se dan cuenta del daño que están haciendo”.
Una función bastante común es la de recabar la opinión de sus iguales. “Hemos hecho encuestas en los colegios e institutos para preguntar cómo querían mejorar el pueblo”, explicaban las representantes de El Casar. Para realizar el plan de infancia de Avilés, por ejemplo, los consejeros encuestaron a los niños, niñas y adolescentes del municipios para recoger propuestas y se incluyeron en el documento las medidas que eran más viables.
¿Qué ha cambiado a partir de los procesos de participación? “Que ahora nos escuchan, nos hacen caso”, señalaron varios participantes. “Las decisiones del ayuntamiento que nos afectaban a los jóvenes las tomaban concejales y alcaldes, gente mayor”, dijeron los consejeros de La Almunia. “Los tiempos cambian. Ha cambiado la forma de participación, [se ha pasado] de tomar las decisiones entre unos cuantos a realizar un pleno al que acudamos la gente del consejo con nuestras propias ideas y propuestas”.
Algo de nosotros y para nosotros
Lorena y Pablo viajaron a Madrid desde Mallorca. “De donde venimos nosotros es algo diferente. Nosotros somos niños de centros de protección de menores, en los que todos, niños y adolescentes, de cualquier edad, todos hemos tenido una situación un tanto difícil. No hacemos reuniones para mejorar el pueblo, sino que nos reunimos porque la vida en los centros no es nada fácil, vivir en una casa donde no están tus padres”, dijo Lorena. “Cuando conozco a alguien y le digo que vivo en un centro, me preguntan ‘¿y qué has hecho para estar ahí?’. La mayoría somos niños que no hemos tenido la misma situación familiar que tiene otros, es algo diferente, ni mejor ni peor, y tenemos que tratarlo como si fuera diferente. Normalmente, todos estos niños nos sentamos y hablamos sobre la vida en el centro, la visión que se tiene desde fuera, las etiquetas que nos ponen. Tenemos voz para decir lo que nos gusta y lo que no nos gusta. Nosotros damos nuestra opinión y las cosas se hacen en función de cómo nos vamos a sentir más cómodos. El entorno en el que vivimos no es y nunca va a ser algo perfecto, pero poquito a poquito, con las opiniones de cada niño y de cada niña, vamos mejorando, y lo mejor es que es algo de nosotros y para nosotros.”
Concluidas las intervenciones de los consejeros, fue el turno para las preguntas. Una técnico del Ayuntamiento de Sevilla quiso saber qué motiva a los niños y niñas para entrar en un consejo de participación. “La esperanza de mejorar la ciudad y el ambiente para todas las generaciones que van a venir detrás de nosotros”, le respondieron.
Concluida la sesión, los asistentes se disponen a abandonar el auditorio. Sin embargo, al fondo del todo un niño continúa con la mano levantada. Es Alejandro, de Toledo. Tiene 10 años. Le dan la última palabra del día. “Creo que no se ha hablado mucho aquí del tema de la pobreza, de los pobres”, dice. “Es que me gustaría que se mejorara.”