En un texto precioso, el escritor Luis García Montero escribe imaginando una conversación con su hija. “…Tómate en serio el camino que va desde la casa al colegio, porque, además de descubrirte el mundo, el sentido de los vientos y las lluvias, te ofrecerá la posibilidad de alejarte un poco de ti misma hasta comprender lo que tienes en común con todos tus compañeros.”
Pero, ¿realmente pueden los niños y niñas de hoy descubrir solos el mundo de camino al colegio? ¿Disfruta hoy la infancia del derecho a moverse libremente por la ciudad?
Una investigación del Instituto de Estudios de Políticas (PSI) de la Universidad de Westminste analiza, a partir del análisis comparado de 16 países, la libertad de los niños para moverse y jugar en sus barrios sin la compañía de adultos. El análisis surge tras la evidencia a la que previamente se había llegado de que la independencia en la movilidad de los niños ha ido declinando en los últimos 40 años con consecuencias significativas para la salud y el desarrollo físico, social y mental de la infancia.
Una de las conclusiones a las que llega el estudio comparado -que no incluye a España pero analiza fundamentalmente países de Europa, aunque también incluye algunos de Asia y África- es que la movilidad de los niños sigue percibiéndose como algo deseable pero no como un derecho que debiera ser otorgado a los niños. Una tendencia para la que por supuesto hay países que muestran resistencia. Como el caso de Finlandia donde, según la investigación, a los 7 años la mayoría de los niños pueden moverse solos a lugares relativamente próximos; a los 8, la mayoría pueden cruzar calles principales, ir solos de la casa al colegio y salir cuando oscurece; donde a los 9 años la mayoría pueden ir solos en bicicleta por las calles principales y a los 10, casi todos los niños van en autobús sin la compañía de sus padres.
“En el año 2006 un informe situaba a la ciudad de Rotterdam como el peor lugar de los Países Bajos para que los niños creciesen”, explica Rita Wapperom, Responsable del Programa de Infancia en la municipalidad de Rotterdam. “Esta fue la principal motivación para poner en marcha un plan para hacer de la ciudad un lugar agradable para las familias”. La ciudad inició un método de planificación urbanística que incorporaba acciones en cuatro ámbitos distintos: hogares amigos de la infancia; el ámbito del espacios público (con áreas recreativas, zonas verdes en frente a las casas y espacios que respondiesen a las necesidades de los niños); servicios locales (como tiendas, infraestructuras para el deporte y actividades extraescolares) y rutas de tráficos seguro.
Recomendaciones para mejorar la independencia en la movilidad de los niños
Además de los estudios de caso de ciudades que están poniendo en marcha iniciativas para poner a la infancia al frente de la planificación municipal, a investigación incluye algunas recomendaciones para hacer de las ciudades lugares donde los niños y las niñas puedan moverse en libertad.
1. Implementar y reforzar medidas más estrictas para hacer las carreteras más seguras que se centren en eliminar los peligros, no en alejar a los niños del peligro.
2. Reducir la dependencia de los coches y el dominio del tráfico en la esfera pública.
3. Poner las necesidades de los niños en el centro de la planificación del espacio y el desarrollo urbano.
4. Incorporar explícitamente en las políticas locales el derecho de los niños para moverse libremente .
5. Adoptar medidas que mejoren el aprovechamiento de las horas de día para reducir incidentes en la carretera.
6. Invertir en investigaciones para consolidar y generar conocimiento en torno a la independencia de los niños para moverse.
7. Crear un fondo nacional que catalice y dirija las acciones para mejorar la independencia de los niños en la ciudad.
Vivir en la ciudad no debe nunca alejar a los niños de su derecho a caminar, a andar en bici, a jugar en la calle o a subir a un autobús sin que un adulto siempre tenga que acompañarle. No debe alejarles de su derecho a disfrutar del espacio público protegidos y con la libertad para, como explicaba García Montero a su hija, dejar que el mundo invada su soledad, para que la mirada curiosa pueda viajar de un sitio a otro, de una sorpresa a una rutina.