¿Es posible un solar abierto y gestionado por los niños y niñas en el centro de Madrid?

28/03/2016 | Derechos de la Infancia, Medioambiente, Participación Infantil, Urbanismo

“Somos los peques del barrio y tenemos un secreto ¡Hemos conquistado un descampado en el barrio para poder jugar! Nos ha resultado muy difícil pero al fin lo hemos encontrado. ¡No había ninguno cerca! Estamos muy contentos, pero todavía no lo sabe mucha gente sshhhh… por eso os queremos escribir esta carta…”.

Los niños y niñas -madres y padres- del barrio madrileño de La Latina, anunciaban así a sus vecinos la apertura del solar en el número tres de la calle Almendro. Ellos, los niños, serían además los encargados de pensar y diseñar el espacio. El proyecto arrancaba con dos signos de interrogación: ¿es posible un solar abierto y gestionado por los niños y niñas del barrio? Donde padres y madres, arquitectos, artistas y técnicos den un paso atrás…

“Mientras los adultos nos dedicábamos a hablar y debatir sobre el espacio, los niños se apropiaban de él. Comenzaban a jugar, a investigar, a crear lugares secretos. A descubrir. Al observarles nos dimos cuenta de que sin nosotros, sin planificación, ellos mismos estaban transformando el lugar al sentirse parte de él”. Lo cuenta Rubén Lorenzo, de Basurama, conocido colectivo madrileño dedicado a la investigación, creación y producción cultural que junto a Zuloark, un estudio de arquitectos, diseñadores, constructores y pensadores del urbanismo social, fueron convocados en noviembre de 2015 por el Ayuntamiento de Madrid para abrir el solar de la calle Almendro a través de un proceso participativo con los vecinos y los niños del barrio. El espacio, propiedad municipal, llevaba más de 20 años cerrado en una zona, el centro de Madrid, en la que escasean los espacios abiertos de juego, seguros, para la infancia.

Ambos colectivos, junto con otros actores habituales en el urbanismo ciudadano, convocaron a padres y madres del barrio a través de las AMPAS de tres colegios de la zona centro, San Ildefonso, Vázquez de Mella y La Paloma. Una vez juntos, el espacio comenzó a gestarse en la imaginación de todos. Pegaron un cartel en la puerta. Su pequeño manifiesto intergeneracional:

Hemos crecido en solares,
en lugares tomados por el barrio
fuimos conquistando pequeños territorios
en cada uno de ellos plantamos montañas, tesoros, palabras
y todos: madres, padres, vecinos, amigos, colegios, amantes
todos, jugamos a repensar cómo hacer una ciudad.
Así, de flor en jardín o de piedra en muro, pero juntos
fuimos con la bandera pirata a los espacios y nos quedamos.
Cuando seamos mayores, los niños de Almendro 3
seguiremos jugando a las ciudades
porque lo que pisamos es nuestro, también tuyo.

Para tratar de plasmar la forma que el espacio iba tomando en la imaginación de los niños y los padres, se establecieron distintas dinámicas. “En una de las primeras invitamos a todos a jugar, padres y niños. Al principio los padres se mostraban un poco extrañados pero fue lo mejor para que las ideas empezase a fluir”, explica Rubén. “No se puede pedir a los niños, especialmente cuando son más pequeños, que se limiten a expresar sus ideas a través de palabras. Lo hicimos, pero siempre funcionaban mejor los dibujos”.

En un espacio donde una montaña es una cueva, dos piedras sobre otras piedras son restos egipcios, un manojo de ramas son una cabaña, “¿por qué vamos a construir columpios si los niños se entretienen con los elementos con los que ya cuenta el lugar?”, se pregunta Rubén. “Construimos un andamio para pintar la pared y cuando terminamos los niños siguieron utilizándolo; el andamio se quedó y ahora forma parte del espacio”.

Un espacio a la medida de la imaginación

Junto a un séquito de pequeños arqueólogos, Vittoria, madre de Adriano y Mauro, se dedica a buscar la cerradura secreta que coincida con la llave que acaban de encontrar. Uno a uno los niños opinan donde deben seguir buscando. “Acabo de ver los ojos de una serpiente detrás de la llave”, explica una niña. “¿Crees que estaba cuidando un tesoro?”, le pregunto. “Yo creo que no, solo estaba ahí por casualidad”, me responde la niña. Otra niña opina todo lo contrario. “Estaba defendiendo su tesoro y no quiere que se lo quitemos”, nos explica.

“Espacios como el de Almendro 3 son importantes porque hay que recuperar la ciudad y sus escondites para sus ciudadanos, para que los niños puedan tener un espacio flexible, lleno de posibilidades, mágico…y no solo mini parques con columpios y toboganes de plástico sino que puedan ir co-creando un espacio a su medida donde puedan jugar al aire libre como les sugiera su imaginación”, comenta Vittoria.

Cinco meses después el proyecto continúa y un martes detrás de otro -el día en que de momento se abre el espacio- el número tres de la calle Almendro es una explosión de energía. “La pasión que ponen los niños todos los martes, las ganas que tienen de venir al espacio y descubrir nuevas cosas, es lo que hace que el proyecto avance. Sus padres alucinan de la energía que tienen cuando están aquí”.

Y como todo proyecto, hay cosas que mejorar. “Uno de los retos es el de la comunicación con las AMPAS del barrio porque, aunque lleguemos a ellas, nunca llegamos a todos los padres y por tanto, tampoco a todos los niños. En el barrio hay familias de origen chino, subsahariano, etc pero no están aquí, probablemente no se hayan enterado y nuestro reto y el de muchas de estos espacios es lograr una mayor integración con los vecinos, con todos”, explica Jacobo, que desde el principio también participa en el proyecto.

El siguiente paso será abrir el muro, tirar algunas piedras, que se vea lo que hay dentro. Que la gente al pasar sea testigo y participe en un solar que grita ¡sí se puede jugar en nuestra ciudad! Bienvenidos los niños, bienvenidos los pájaros, bienvenidos los juegos, bienvenidos los charcos.

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