Hace unas semanas, dos equipos de fútbol benjamin se disputaban en un partido la victoria de un campeonato provincial. En el banquillo, un niño llorando. En las gradas, un grupo de jóvenes aficionados insultando.
Cuando el entrenador de uno de los equipos averiguó que el niño lloraba en el banquillo por los insultos desde la grada, pidió que se parase el partido e invitó a las personas que se estaban riendo del niño a irse. “Tomé las riendas porque estábamos jugando en mi campo y pensé que era mi responsabilidad”, explicó el entrenador y fundador del Atlético de San Blas, José Mayans. «Son niños de 9 y 10 años, eso no se puede permitir y menos en mi casa, trabajamos los valores y somos un equipo ejemplar, ni siquiera hemos visto tarjetas amarillas».
Tristemente, la escena no es poco habitual en las competiciones deportivas entre niños y quizás por eso, el gesto del entrenador fue alabado ese día en el campo y ha tenido incluso una gran repercusión en los medios y en las redes sociales.
Pero, ¿cómo podemos hacer que el deporte fomente el respeto mutuo y la no violencia?
El deporte es mucho más que una actividad física. Para los niños y las niñas, la práctica del deporte supone disfrutar de un derecho -el derecho al juego y al esparcimiento- pero también cumplir con algunas de las responsabilidades más importantes como ciudadanos y como personas: respetarse y respetar a los demás por encima de todo, respetar las normas y resolver los conflictos desde la no violencia.
Proponemos aquí cinco pasos para favorecer que la práctica del deporte se convierta en una auténtica escuela de convivencia entre iguales.
1. La acogida
El primer paso es crear un ambiente positivo, rico en estímulos y respuestas, donde los jóvenes se motiven intrínsecamente. Se debe facilitar un clima adecuado en el que tanto el entrenador como los jugadores se sientan cómodos e integrados, aseguren su presencia en un grupo, compartan el valor de colectivismo y se establezcan relaciones afectivas y de intercambio.
Hay que tener en cuenta que el modelo que se plantea debe estructurarse desde este nivel y que su cimiento es la confianza dentro del grupo. Si el entrenador no es capaz de proporcionar un terreno apto para las experiencias positivas de los participantes, difícilmente podrá avanzar en la consecución de los objetivos propuestos.
El proceso para preparar esta fase comienza antes de recibir a los deportistas. Conocer los antecedentes de los jóvenes puede darnos muchas pistas de sus comportamientos y actitudes, permitiendo anticiparse a los problemas.
Es oportuno, en el trabajo diario, establecer rutinas de organización de las sesiones que faciliten la toma de responsabilidad del grupo, especialmente en la utilización y almacenamiento del material y el formato de la sesión. Explicar el contenido del entrenamiento, sus objetivos, y finalizar con una reflexión final acerca del desarrollo de la misma puede ayudar a interiorizar lo que se pretende transmitir.
2. Respeto y participación
En este nivel se busca obtener autoridad, unida al afecto incondicional y a la máxima atención, sin dar cabida al autoritarismo ni tampoco a la permisividad. Para ello se deben establecer una serie de reglas que rijan los entrenamientos y partidos. Hay normas que son innegociables, como el rechazo a la violencia física y verbal o el respeto a los compañeros. A partir de ellas, se comenzará un proceso de negociación democrática para establecer el resto.
Es importante que estas limitaciones surjan de un previo acuerdo entre todo el grupo.
De esta manera se sentirán en la libertad de elegir y ser partícipes de las decisiones del equipo. Es posible que puntualmente alguno de los miembros del grupo no se implique en la actividad propuesta, pero dicho pacto de limitaciones libremente aceptadas puede ser un estímulo para facilitar el desarrollo normal de la sesión.
Este nivel es una base sobre la que construir posteriores valores y garantiza el funcionamiento de la actividad. Para ello es necesario aceptar a todos, respetar al educador, mantener cierto nivel de atención y establecer un adecuado nivel de confianza cimentada en la empatía por los demás. El entrenador o formador, tiene que ser coherente con las normas y con su comportamiento. También está sujeto a ellas y deberá ofrecer un buen ejemplo; de lo contrario, no tendrá ningún argumento moralmente válido para que ellos las cumplan.
3. Establecimiento de metas: compromiso y responsabilidad
Las bases de este nivel son la perseverancia y el esfuerzo Para ello, se propone establecer una serie de metas a cada deportista de manera individual y negociada entre el entrenador y los jóvenes sobre aspectos propios del deporte que practiquen. La elección de una meta puede generar experiencias positivas de éxito si se consigue su realización. Por el contrario, la no consecución es una oportunidad para renovar el compromiso tratando de buscar una mayor implicación y esfuerzo.
Estos pequeños retos deben servir al joven para iniciar una nueva búsqueda de éxito. Un éxito que, este caso, ya no es superar a un adversario sino superarse uno mismo, minimizando el aspecto competitivo y potenciando el trabajo personal y la capacidad de esfuerzo. El trabajo de motivación del formador es constante durante el proceso, resaltando en todo momento los progresos y reforzando su ánimo.
4. Cooperación
En las estructuras deportivas actuales impera el carácter competitivo. Los jóvenes se esfuerzan por lograr objetivos que no todos pueden alcanzar, lo que conlleva interacciones muchas veces negativas. Desgraciadamente en demasiadas ocasiones desemboca en: “Tu éxito me perjudica; tu fracaso me beneficia”. En definitiva una estructura deportiva de desvínculo: “Tu compañero es un competidor, un rival, un obstáculo que saltar”.
Sin embargo, en las estructuras de carácter cooperativo, cada joven alcanza sus objetivos al mismo tiempo que el resto de sus compañeros, por lo que se promueve una interdependencia positiva entre los logros de todos los participantes. Aquí la frase que se desprende es la siguiente: “Tu éxito es mi éxito y mi fracaso, tu fracaso también, por tanto nuestro traba- jo, esfuerzo, problemas y soluciones son conjuntos”. El adversario coopera, por oposición, para que mejoren nuestras capacidades.
Lo anterior no pasaría de ser simple retórica si no fuera porque a través del fomento de las actividades físicas cooperativas dentro del ámbito deportivo, y por ende educativo, es posible modificar la concepción competitiva imperante en los juegos infantiles y en los deportes actuales. El panorama está repleto de factores como la eliminación, la desintegración, la agresión y el egocentrismo, entre otros, que podrían verse desplazados por la colaboración, la inclusión, la creatividad y la toma de decisiones conjuntas.
5. Ciudadanía global
Pasamos al último nivel, al de la importancia de resaltar el papel que la práctica deportiva puede jugar como motor de desarrollo y cambio social. El deporte es una de las herramientas de comunicación más poderosas del mundo, gracias a la atracción universal que despierta y a su increíble capacidad de convocatoria.Tratemos de utilizarla y hagamos reflexionar a los niños sobre todo mediante los ejemplos positivos.
No obstante, no debemos olvidar que en el deporte también suceden acontecimientos desafortunados. La reflexión y el rechazo ante estos hechos también son importantes y deben servir para interiorizar su apoyo al juego limpio en el deporte.