“La mejor protección para un niño es una comunidad consciente que se relaciona afectivamente”, Pepa Horno

22/11/2016 | Ciudades Amigas de la Infancia, Derechos de la Infancia, Participación Infantil, Política Local

Pepa Horno es psicóloga y consultora en infancia, afectividad y protección. Pepa es en realidad especialista en recorrer los mapas afectivos de la infancia. 

Durante más de quince años ha coordinado campañas estatales e internacionales para la prevención y erradicación de la violencia contra los niños y niñas, especialmente el castigo físico y psicológico en el hogar y el abuso y explotación sexual infantil. Ha impartido formación y asesorado programas de intervención en más de veinte países de Latinoamérica, sur y sudeste asiáticos, Europa y el Magreb, además de ser miembro asesor de instituciones y promover el desarrollo de protocolos de actuación en el ámbito educativo, social y sanitario.

Es autora de varios libros sobre desarrollo afectivo y social y coordinadora de varios estudios e investigaciones en el ámbito de la protección. Hablamos con ella a raíz de su participación como coautora en la guía “Los Municipios ante la Violencia entre Niños, Niñas y Adolescentes”, un encargo del Programa Ciudades Amigas de la Infancia.

 ¿Estamos pidiendo cosas a los niños que todavía no sabemos hacer los adultos como por ejemplo, mostrar nuestra rabia sin agredir?

En realidad creo que siempre ha sido así. Las familias y las instituciones siempre han querido que los niños, niñas y adolescentes fueran mejores que la generación precedente pero sin estar dispuestos a menudo a la inversión (humana, política y económica), la presencia y la consciencia necesarias para lograrlo. Pero quizá seamos cada vez más conscientes de esa incongruencia. No educamos en lo que decimos, sino en lo que hacemos y lo que vivimos. Y un mundo que legitima y banaliza la violencia física, psicológica y sexual en las relaciones no puede asombrarse de la magnitud de la violencia entre niños, niñas y adolescentes. Aprenden lo que viven. Erradicar la violencia entre niños, niñas y adolescentes no se logra con acciones diseñadas para trabajar con ellos y ellas, sino cambiando nuestro modo de vivir en comunidad.

¿Por qué crees que la prevención de la violencia debe pasar por los Ayuntamientos y las políticas municipales en lugar del Gobierno central ? Si es un problema que se da fundamentalmente en las aulas, ¿no debería ser el Ministerio de Educación el que regulase y vigilase este problema?

Todas las administraciones, municipal, autonómica y central, tienen una parcela de responsabilidad en la prevención de la violencia entre niños, niñas y adolescentes. Son responsabilidades complementarias y cuando una de las administraciones falla en el cumplimiento de sus responsabilidades, las consecuencias recaen sobre las demás.

Pero el objetivo de esta guía es visibilizar la violencia entre niños, niñas y adolescentes como un problema de la comunidad, no sólo de los centros escolares. La violencia se ejerce en todos los ámbitos de convivencia de los niños, niñas y adolescentes: los parques, las calles, las redes sociales, las familias y por supuesto las escuelas. Pero si partimos del presupuesto de que la violencia se da fundamentalmente en las aulas, como tú dices, estaremos errando el foco de la prevención.

La violencia entre niños, niñas y adolescentes no es un problema escolar sino relacional. Se basa en el abuso de poder en las relaciones personales y, como tal, tiene lugar en cualquier ámbito de relación. Y en ese sentido, la práctica totalidad de los ámbitos de relación entre niños, niñas y adolescentes ocurren en los municipios donde viven. De ahí esta guía, para brindar herramientas a los municipios para abordar esta problemática de forma eficaz.

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Qué ocurre cuando no es tan fácil detectar donde se producen los focos de violencia, ¿de quién debería ser entonces la responsabilidad de actuar y prevenir? ¿De los padres?  ¿De la policía que patrulla las calles, del médico de familia que detecta un problema en la consulta, del animador sociocultural que está haciendo una dinámica con los jóvenes?

De todos ellos en su conjunto. Si los adultos que conviven con los niños, niñas y adolescentes en cualquier ámbito, sus padres en casa, los profesores en el aula, los médicos en la consulta, los entrenadores deportivos, los policías en las calles…si todos ellos estuvieran adecuadamente formados, podrían mirar y ver lo que ocurre delante de ellos. Si supieran acercarse a los niños, niñas y adolescentes y crear con ellos espacios de confianza y participación, ellos mismos acudirían a los adultos cuando tuvieran un problema. Si hubiera unos recursos municipales, autonómicos y centrales suficientes y adecuados para abordar las situaciones de riesgo que se detectaran podrían reconducirse eficazmente fortaleciendo a los niños y niñas que lo han vivido. Pero no podemos ver aquello que no estamos formados para ver, y a veces tampoco queremos ver aquello que tenemos delante porque nos da miedo lo que implica.

Hasta qué punto crees que un entorno como puede ser el barrio o la ciudad en el que tengan lugar relaciones personales “sanas”, de apoyo mutuo, de cercanía…puede mejorar en la forma de relacionarse entre los niños.

Si en vez de hacerme esta pregunta pensando en un barrio la hicieras pensando en una familia, no tendrías duda. Unas relaciones personales “sanas”, afectivas y protectoras son la garantía del desarrollo pleno de los niños, niñas y adolescentes en cualquier contexto donde viva. Como comentábamos antes, educamos en la vivencia. Esas vivencias crean como un “aire”, un clima construido desde pequeños detalles que generan grandes cambios. Cuando entras en un hogar, o en un centro o en un hospital puedes sentir el clima que se respira, ves cómo la gente habla entre ellos, cómo se mueven, los gestos que tienen, cómo están creados los espacios (colores, formas, mobiliario)..Un municipio con un urbanismo amigable para los niños, niñas y adolescentes, con espacios lúdicos protectores, actividades y espacios de convivencia para las familias, donde los profesionales que intervienen en el municipio (pensemos en la policía, los médicos, los servicios sociales..) conocen a la gente, y la gente les conoce y les recibe con cariño…todo eso gesta una vivencia afectiva y protectora donde la violencia va a ser vista en cuanto comience, porque será algo raro, extraño, que romperá la cotidianidad.

De hecho, una de las características básicas de la violencia es que quien agrede intenta aislar a su víctima de su red afectiva, de su gente, de esa comunidad protectora. La violencia sucede en silencio, a escondidas o desde el anonimato de las redes. La mejor protección es justamente una comunidad consciente que se relaciona afectivamente y actúa con claridad ante cualquier indicio de violencia. Y la prevención de la violencia entre niños, niñas y adolescentes se basa en la promoción de relaciones afectivas basadas en la ética del cuidado al otro y su reconocimiento como sujeto de derechos humanos.

Mucha gente cree que la integración significa que la persona que llega se adapte al entorno que le acoge. Otras opinan que también el entorno tiene que ayudar a integrarse a esa nueva persona adaptándose a su realidad. ¿Qué significa que un barrio, ciudad, pueblo…es integrador? ¿Qué tiene que ver esto con la violencia entre los niños?

Un municipio integrador es el que está dispuesto a evolucionar y mejorar. El que contempla la diferencia como una riqueza y sus raíces como una identidad que no se ve amenazada por quien llega de fuera, sino fortalecida. No es posible una integración real sin el ajuste de quien llega y de quien acoge. Lo planteamos como excluyente cuando en realidad ambas transformaciones son necesarias para lograr una comunidad integradora.

En muchos casos en niño o niña diferente tiene mas probabilidades de convertirse en víctima de la violencia ejercida por otro niño. ¿Qué puede hacer a un niño diferente? Y lo que es más importante, ¿qué puede hacer la comunidad para transformar esa diferencia en riqueza y diversidad?

Una de las medidas específicas que se promueven en esta guía es el trabajo de la imagen del municipio, de la comunidad. Esa imagen puede plantearse como una imagen única, estable y poco flexible donde todos los que allí conviven piensan, sienten o viven de forma similar, donde las cosas son válidas “porque siempre se han hecho así” o puede plantearse como un espacio donde pueden convivir, y de hecho conviven, diferentes formas de pensar, vivir y sentir y las cosas pueden evolucionar y transformarse manteniendo las tradiciones afectivas que unen a la gente a un lugar.

Es necesario trabajar para que la comunidad se defina como abierta a la diversidad, integrada por colectivos diferentes y realidades incluso contrapuestas que conviven en una comunidad. Así se logra que los niños, niñas y adolescentes que viven en esa comunidad integren la diferencia como una riqueza en su vida y construyan redes afectivas inclusivas. Y esa imagen del municipio y la comunidad se construye en cada actividad de sensibilización, cada campaña en medios de comunicación, cada actividad con los niños, niñas y adolescentes y sus familias, en los materiales de formación con los que se trabaja…de varias formas.

Porque en el fondo diferentes somos todos. La diferencia es una riqueza pero quien agrede la utiliza como una forma de poder, para poder abusar del otro. Y ese abuso es especialmente fácil y factible en una comunidad donde la diferencia se niega o se estigmatiza. Y es que el miedo a la diferencia también se educa y se inculca.

¿Cómo se puede evitar que las propias campañas de sensibilización sobre la realidad de los grupos considerados vulnerables (por cuestiones de origen, discapacidad, orientación sexual, etc) no les situen como víctimas lo cual hace flaco favor en unas relaciones sociales igualitarias?

En mi opinión, la prevención de la violencia entre niños, niñas y adolescentes tiene dos pilares clave: la transformación del modo de relacionarse en la comunidad y el fortalecimiento de los mecanismos de detección y denuncia. Siguiendo ese esquema, el trabajo con los grupos vulnerables debe perseguir dos objetivos. Por un lado, transformar la visión que la comunidad tiene de las personas que pertenecen a esos grupos y la que ellos mismos tienen de sus propias posibilidades de participar y transformar las comunidades donde viven. El abordaje del trabajo con los grupos vulnerables ha de realizarse manteniendo un doble enfoque de educación afectiva y derechos humanos. Y por otro lado es necesario fortalecer mecanismos de detección y denuncia adaptados a sus características diferenciales.

¿Tiene sentido cualquier  medida de prevención de la violencia en la que no haya participado el sector de la población afectada, es decir, los niños y los jóvenes?

Plantear la prevención de la violencia entre niños, niñas y adolescentes sin su participación es tan incongruente como engreído. Parte de la visión de los niños, niñas y adolescentes como menores incapaces de decidir, actuar o planificar, cuando justamente el problema de la violencia entre niños, niñas y adolescentes demuestra que son capaces de todo eso y más. No son la población afectada, son los protagonistas de esta problemática y han de serlo de su transformación.

Los adultos hemos de proporcionarles recursos, espacios y modelos para lograrlo, pero no podemos cambiar su modo de relacionarse. Lo primero que debemos cambiar es nuestro modo de relacionarnos entre nosotros y con los niños, niñas y adolescentes. Cambiemos su papel en nuestras comunidades y nuestra visión sobre sus posibilidades. Transformemos, como decíamos al comienzo de esta entrevista, la forma de manejar nuestras propias emociones y de relacionarnos afectivamente y desde ahí los niños, niñas y adolescentes transformarán el suyo.

Más allá de contar con ellos a la hora de establecer medidas de prevención, ¿cómo puede promover la propia participación infantil conductas de protección y de relaciones en positivo?

La participación infantil y juvenil no sólo es garante de la legitimidad y eficacia de cualquier estrategia de prevención y erradicación de la violencia entre niños, niñas y adolescentes. Además es clave de cara a definir sus objetivos y contenidos. Promueve en niños, niñas y adolescentes sus habilidades de autoprotección, sus oportunidades de autonomía y sus habilidades de resiliencia, todos ellos pilares de la protección de cualquier forma de violencia.

En la medida que los niños y niñas se sienten agentes activos y responsables de sus comunidades rompen un rol pasivo ante la violencia que puedan estar viviendo y presenciando. Si les hemos proporcionado habilidades de fortaleza emocional podrán plantearse la denuncia, la implicación y pedir ayuda. Si hemos creado espacios donde su palabra sea recibida como un aporte significativo y transformador, ellos propondrán y exigirán a adultos e iguales otra forma de relacionarse, un respeto a sus derechos humanos y una calidez en la vivencia cotidiana, garantes de su desarrollo pleno.

A los jóvenes o niños les cuesta muchas veces dar ese enorme primer paso para denunciar o para hablar de la situación de violencia de la que son víctimas. Es difícil encontrar una figura de referencia o incluso, contando con ella, se enfrentar a la “vergüenza” de presentarse como víctimas. ¿Crees que habría que potenciar más mecanismos de denuncia anónimos (el teléfono del menor, por ejemplo) o quizás es también cuestión de fomentar la idea de mucha gente dentro de la comunidad está dispuesta a ayudarles sin juicio? ¿ Crees que es esta una idea demasiado idílica?

No es una idea idílica. Es real. Cuando se trabaja sobre la revelación de la violencia, una de las claves que damos a las familias y a los profesionales es que cuando un niño o niña te revela que está viviendo alguna forma de violencia hemos de ser conscientes de que nos ha elegido para hacerlo. Sabemos que puede pasar mucho tiempo, demasiado en realidad, desde que la violencia empieza a darse hasta que el niño o niña la revela, y cuando lo hace, elige a personas en quienes confía o que le ha hablado o tratado de forma afectiva y respetuosa. Son los adultos que pueden ejercer lo que técnicamente llamamos la función de guías de resiliencia.

Por lo tanto, los mecanismos de denuncia anónimos son necesarios porque hacen más accesible la denuncia para los niños, niñas y adolescentes que sienten no tener esas figuras cercanas y protectoras. Pero es un recurso que palia una ausencia. La prevención eficaz de la violencia entre niños, niñas y adolescentes requiere la presencia consciente y afectiva del adulto. Una presencia comprendida no como una opción personal sino como una responsabilidad educativa.

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