La obesidad, un grave problema que cada vez afecta a más niños y niñas

12/01/2021 | Covid-19

Fotografía: Bonnie Kittle/ Unsplash

 

  • Algunos factores que influyen en el sobrepeso de la infancia son los hábitos alimenticios, el sedentarismo o la renta familiar
  • El Estudio ALADINO 2019 muestra que cuatro de cada diez escolares tienen exceso de peso y un 4,2% de los escolares presentan  obesidad severa
  • La pandemia y las medidas para paliarla han tenido un impacto negativo en la alimentación y la actividad física de los niños y niñas

 

Acumulación anormal o excesiva de grasa que supone un riesgo para la salud: así define la Organización Mundial de la Salud (OMS) la obesidad, un problema que tiene especial gravedad cuando se da en la infancia, cuyas consecuencias son nefastas y del que cabe esperar un preocupante aumento de casos debido a la pandemia del COVID-19 y las medidas extraordinarias puestas en marcha para paliarla.

Según la OMS, en el mundo hay más de 300 millones de personas obesas, aunque las cifras más preocupantes son las que retratan el panorama de la obesidad infantil: el número de lactantes y niños pequeños (de 0 a 5 años) que padecen sobrepeso u obesidad era de 32 millones en 1990 y aumentó a 41 millones en 2016, y en los países en desarrollo con economías emergentes la prevalencia de sobrepeso y obesidad infantil entre los niños en edad preescolar supera el 30%. Las consecuencias de la obesidad infantil incluyen cardiopatías, trastornos osteomusculares como la artrosis, algunos tipos de cáncer y discapacidad.

 

La situación y tendencia en España sobre obesidad infantil: el estudio ALADINO

 

España, cuna de la dieta mediterránea, es sin embargo el cuarto país de la Unión Europea en el ranking de obesidad infantil. Si esto resulta preocupante, lo es más aun la evolución de esta tasa, algo que lleva años observando la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN) mediante la elaboración del “Estudio ALADINO de ALimentación, Actividad física, Desarrollo INfantil y Obesidad en España”, en el marco de la Estrategia NAOS (para la Nutrición, Actividad Física y Prevención de la Obesidad) y los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2030.

El estudio mide los datos de peso y talla de un total de 16.665 alumnos y alumnas de 276 centros de educación primaria de toda España, y también información sobre diferentes factores familiares, ambientales y de estilo de vida de los escolares y de sus colegios. Ya en la primera edición de ALADINO en 2011, se puso de manifiesto la magnitud del problema de la obesidad infantil en nuestro país, con una prevalencia del 26,2% de sobrepeso y del 18,3% de obesidad en escolares de 6 a 9 años. Posteriormente, el estudio ALADINO 2013 evidenció una estabilización con tendencia a la baja en la prevalencia de sobrepeso y obesidad, mientras que el estudio ALADINO 2015 mostró como la prevalencia de sobrepeso disminuía al 23,2%, mientras que la obesidad permanecía estable (18,1%).

El último estudio ALADINO 2019, publicado en septiembre de 2020, muestran que la prevalencia de sobrepeso en la población infantil de entre 6 y 9 años es del 23,3%, y la prevalencia de obesidad, del 17,3%. Es decir, que cuatro de cada diez escolares tienen exceso de peso. Dentro de la obesidad, un 4,2% de los escolares presentaron obesidad severa, siendo la prevalencia de sobrepeso superior en niñas, mientras que la prevalencia de obesidad y obesidad severa es mayor entre los niños.

 

Hábitos alimenticios y renta familiar entre los factores de riesgo

 

Pero, ¿qué hay más allá de todas estas cifras? ¿Qué factores contribuyen a agravar el problema? Entre ellos se encuentra, como es de esperar, una alimentación hipercalórica con alto contenido en grasas, azúcar o sal. El estudio ALADINO 2019 advierte de que solo un 20,1% de los escolares consumen fruta habitualmente en el desayuno, mientras que los alimentos que deberían ser ocasionales, como galletas, pasteles, bollería, batidos, néctares y golosinas, se consumen incluso cuatro o más veces por semana en un gran porcentaje de escolares. En consecuencia, los autores del informe creen que un 76,2% de los niños y niñas han de mejorar la calidad de su dieta.

Pero en ocasiones los malos hábitos alimenticios van de la mano de los bajos ingresos familiares. Durante la presentación del informe en septiembre de 2020, el ministro de Consumo, Alberto Garzón, señaló que la obesidad “es un problema de salud y tiene una causa social” ya que afecta al 23% de las familias con rentas bajas en España, frente al 12% de las de rentas altas.

Efectivamente, de acuerdo con el análisis por categorías sociales del informe, las familias con ingresos inferiores a 18.000 euros y cuyos progenitores no tienen estudios superiores ni trabajo remunerado conforman el colectivo más vulnerable al exceso de peso, debido a que tienen peores hábitos alimentarios: acuden más a establecimientos del tipo fast food y comen menos fruta y más golosinas. Por otro lado, los menores de familias con rentas superiores a 30.000 euros con estudios universitarios presentan una mayor adherencia a la dieta mediterránea, con un consumo diario de frutas, verduras, legumbres y pescado y aceite de oliva.

 

“Sentarse menos y jugar más”

 

Pero uno de los factores que más incide en la prevalencia de la obesidad infantil, y que se ha puesto de relieve durante la pandemia, es la falta de actividad física. El ocio de la infancia y adolescencia es cada vez más sedentario, señala el informe, constatando un aumento notable del porcentaje de niños que dedican más de tres horas diarias a ocio sedentario como es el consumo de televisión, pantallas o consolas.

Se trata de un factor vinculado a un mundo cada vez más urbanizado y digitalizado, que ofrece menos posibilidades para la actividad física a través de juegos saludables, lo cual funciona como un círculo vicioso, como observa la OMS: “El sobrepeso o la obesidad reducen las oportunidades de los niños para participar en actividades físicas grupales. Consiguientemente, se vuelven menos activos físicamente, lo que los predispone a tener cada vez más sobrepeso”.

En abril de 2019, la OMS publicó una guía sobre sedentarismo en la infancia, advirtiendo de que “la inactividad física se ha identificado como uno de los principales factores de riesgo en la mortalidad global y contribuye al incremento del sobrepeso y la obesidad”. En ella, indicaban que los niños y niñas menores de cinco años deben “sentarse menos y jugar más”. La organización señala también que entre los 5 y 17 años, los chicos y chicas deberían realizar alguna actividad física diaria de intensidad moderada a vigorosa de al menos una hora de duración.

Y, en este contexto, la llegada de la crisis sanitaria por el COVID-19 ha empeorado esta situación: el confinamiento establecido en marzo para tratar de paliar la difusión del virus ha supuesto cambios de hábitos en los niños, niñas y sus familias, que han tenido impactos negativos en la salud mental de la infancia pero también en su salud física. Uno de los inevitables efectos del confinamiento, además del cambio de su alimentación ante el cierre de centros escolares, ha sido la inactividad física, unida a un intenso aumento del ocio sedentario y el uso excesivo de pantallas entre la infancia y adolescencia.

Por todo ello, en tiempos de crisis se deben tomar varias medidas: por un lado, garantizar una alimentación saludable para todos los niños, niñas y adolescentes. Para ello, crear rutinas y hábitos alimenticios saludables es clave, como proponen las campañas de la Fundación Gasol. Por otro lado, no perder de vista los peligros del sedentarismo, y menos aún en un contexto de restricción de movimiento debido a la crisis sanitaria: en este aspecto, el verano fue un momento clave para que los niños y niñas recuperaran los espacios abiertos y pudieran ver garantizado su derecho al juego, con todos los beneficios que ello conlleva, incluyendo en su salud física.

 

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